En una mesa sobre etnografías hechas en el Caribe, celebrado en la Universidad del Magdalena. Una de las asistentes de interior del país, con tono arrogante preguntaba qué habíamos aprendido sobre la región Caribe en dos décadas del programa de antropología y finaliza su intervención, diciendo que notaba ciertas “inercias” en la discusión, en un escenario que se supone, pretendía problematizar las relaciones de poder entre centros de producción de conocimiento antropológico y las antropologías periféricas. Frente a la pregunta suprema-centralista actué como W.E.B. Dubois cuando le preguntaban de manera indirecta ¿Qué se siente ser un problema? Dice Dubois “yo sonrío, o pretendo mostrar interés, o reduzco la ebullición sanguínea hasta llevarla a fuego lento según lo requiera la ocasión… rara vez respondo” (2020, 12). El 28 de abril fui galardonado con el premio literario Casa de las Américas de Cuba en la categoría de: Estudios sobre las presencias negras en las Américas y el Caribe contemporáneos” razón por la cual quiero reflexionar sobre mi inercia o mi relación con el Caribe.
El Caribe siempre ha sido una pasión desbordada en mi vida. De niño escuchaba atento las historias de mi abuelo sobre un antepasado cubano que luchó por la independencia de Cuba junto al negro Antonio Maceo. También recuerdo que mis primeros acercamientos a la música afrocubana fueron gracias a ese viejo que, sin importar el riesgo de rayar sus discos, me motivaba a que dejara caer la aguja sobre el plato en movimiento del tocadiscos. Lo que en mi niñez fue un gusto por el Son, la Guaracha y el Bolero, en mi adolescencia fue el voltaje salsero. Solía juntar mi recreo para ir al “Caribeño,” un estadero de salsa en el barrio la Tenería donde los recién pensionados de Puertos de Colombia, hacían alarde de sus cadenas de oro y botellas de Sello Negro. Para mí el Caribe siempre fue negro y a Cuba era imposible concebirla por fuera de la negrura, la música y el ritmo. De ahí que me llamara la atención que, en el folleto promocional del novísimo Programa de Antropología, por allá en el 2000, fuese representado con un indígena Aruhaco y terrazas Tayrona a sus espaldas allende de los cuerpos negros y del litoral.
Ya como estudiante pude acercarme de manera académica a esos que simplemente se desplegaba en mi subjetividad, pues aprehendí mi caribeñidad con Rubén Blades, Cheo Feliciano e Ismael Rivera, entre otros salseros. Con los profesores José Polo y Francisco Avella pude acercarme a la espesura del Gran Caribe y su complejidad. No obstante, en el programa era puesto en cuestión el Caribe y la caribeñidad en tanto entelequia, divagación o chovinismo identitario. Por mucho tiempo se posicionó una falsa dicotomía entre Caribe vs Región, como si la una negara la existencia de la otra. Aunque se llevaron a cabo notables trabajos, a la hora de definir el lugar en el que se emplazaban las investigaciones, se prefería hablar de región sin enunciar cuál, esto por la resistencia de nombrarla Caribe, pero también por la dificultad de nombrarla de otras maneras. Con los años la discusión trascendió la dicotomía y las cárceles identitarias. El Caribe es un espacio histórico-sociocultural y una geografía de la imaginación, su densidad histórica está ligada al colonialismo y la modernidad temprana, pero también es un espacio simbólico al cual se inscriben subjetividades.
El cantante boricua Andy Montañez en 1978 cantaba: “nuestra historia es una sola, nuestro pasado fue igual, nuestra lucha fue la misma, por tener independencia, tenemos el mismo mar”, mientras en Colombia se nos enseñaba en las escuelas que el mar que baña nuestras costas era el Atlántico. Este exabrupto geográfico que pretendía crear la ilusión eurocéntrica de que compartimos el mismo mar con los europeos borrando de un plumazo el mar Caribe que delinean las islas de este mar interior, me hizo indagar por la emergencia del término caribe en el contexto colombiano, en la segunda mitad del siglo XX. En la maestría de Estudios Culturales de la Universidad Javeriana me ocupe de esta pregunta desde un ejercicio genealógico que me permitió identificar la multiplicidad de discursividades entorno al Caribe y sus usos, dentro de los cuales se posicionó un relato blanco-mestizo del Caribe, celebrador de las diferencias, pero ineficaz frente los cambios estructurales que requiere combatir las desigualdades históricas de los otros-étnicos de la nación (Restrepo 2020). Este relato Caribe que devino hegemónico, solía apelar a la caribeñidad exaltando rasgos “compartidos” con el Gran Caribe ligado a la cultura y las artes, pero que pocas veces se interesaba por resaltar la historia rebelde y la tradición de pensamiento crítico forjado allí. De esta manera llego a la filosofía afrocaribe, desde los silencios y las deliberadas ausencias del discurso Caribe colombiano y su identificación con el Gran Caribe. Esto fue posible gracias a una beca del gobierno de México que me permitió cursar mi doctorado en Estudios Latinoamericanos de la UNAM.
Lo primero que amerita mencionar sobre esta filosofía es que, a diferencia de la tradición occidental que nos habla del asombro frente al mundo, la filosofía afrocaribe brota con el grito de horror de los africanos esclavizados que cruzaban el Atlántico encadenados mientras cuestionaban la deshumanización de sus vidas. Es una filosofía que sobrevivió a pesar de habitar un mundo problemático para su existencia. Es cuerpo, oralidad, metáfora, concepto y praxis de liberación. Es una filosofía que ha concentrado sus esfuerzos en emerger como humano en dignidad, al cuestionar desde diferentes registros y actos, las categorías abstractas de libertad y humanidad. La filosofía afrocaribe tiene mucho que decirnos en estos momentos de crisis civilizatoria y de necesidad de movernos hacia otros mundos más justos. En ocasiones la inercia habla más de nuestra propia incapacidad de ver el movimiento, como el del cimarrón que se va pal’ monte.
Bibliografía
Du Bois, W. E. B. (2020). Las almas del pueblo negro. Capitán Swing Libros.
Restrepo, E. (2020). Teorías y conceptos para el pensamiento antropológico (Vol. 1). Red de Antropologías del Sur.