El sentir de las mujeres: el papel de la poesía y el arte para sanar la violencia en Colombia

Prólogo del libro «paz en femenino: el arte de bordar memorias»

Serpiente de tierra o de agua, la que sisea (σίζω), la que silba, la que sabe.
Saludo a aquélla, capaz de contemplar de frente el abismo que circunda la existencia. Aquella que no se deja distraer por fuegos de artificio y necias celebraciones, ni se engaña ocultando su rostro tras la máscara ajustable de las conveniencias. Saludo a aquella que sabe arrastrarse con la sierpe, volar a ciegas con el murciélago y dormir cabeza abajo arropada en el sayo de sus propias alas, husmear con las fieras la presa en los vientos y desgarrarla sin ira, aletargarse con los saurios, hibernar con el oso. Saludo a aquella que aceptará su muerte como aceptó su vida, sin pedir clemencia, sin prolongar la espera.
Chantal Maillard, 2019
Escribir es peligroso porque tenemos miedo de lo que la escritura revela: los temores, los corajes, la fuerza de una mujer bajo una opresión triple o cuádruple. Pero en ese mero acto se encuentra nuestra supervivencia porque una mujer que escribe tiene poder.
Y a una mujer de poder se le teme.
Gloria Anzaldúa, Una carta a escritoras tercermundistas

Ha pasado el tiempo y ya no somos musas románticas ni sirenas de la literatura antigua o de la Odisea donde Penélope espera a Ulises, pues ella también levantó anclas y se hizo al mar. Han pasado las manifestaciones de cartas suicidas de los hombres a causa del rechazo de las mujeres, pasó también la época en que nuestras ancestras no iban a la escuela porque no estaba bien para ellas, no había tampoco una autora y se sabía que la mayoría escribía como Anónimo o asumía los nombres de los varones para poder ser leídas según lo reflexiona Virginia Woolf en una Habitación propia.

Aun así, sigue habiendo una construcción cultural en donde la guerra sigue siendo cosa de hombres y las mujeres terminamos como botines sexuales, como cuerpos desechados que se conquistan con las armas. También lo reclama Woolf en Tres guineas y lo dice Svetlana Alexievich en su libro La guerra no tiene rostro de mujer, la cultura de la violencia con la que se ha cimentado el desarrollo de las civilizaciones humanas es un asunto patriarcal.
Esta construcción cultural sigue estando basada en la misoginia, el belicismo tiene como régimen el patriarcado y no como un asunto externo a nosotras sino como una educación judeocristiana que se nos han inculcado a través de la escuela, del consumo cultural del cine, de la música, de la literatura, donde los valores que se aprenden a partir de esa binariedad entre hombres y mujeres, desde lo íntimo a lo público, construyen nuestras identidades, dejan por fuera otras alternativas genéricas, diversas, fluidas, cuirs.

Las conquistas de nuestras luchas sociales por la igualdad y la diferencia cada día se hacen más visibles y de mucha trascendencia en la reivindicación que tienen en el siglo XXI estos cambios. La justicia poética de lo que ya se ha vivido como violencias y que responde a traumas ancestrales, a lenguas de victimarios, se hace hoy en día a través del arte y la literatura, pues como dice Audre Lorde, no es tiempo de callar:
“Yo iba a morir tarde o temprano, hubiera hablado o no. Mis silencios no me habían protegido. Tampoco las protegerá a ustedes. Pero cada palabra que había dicho, cada intento que había hecho de hablar sobre las verdades que aún persigo, me acercó a otra mujer, y juntas examinamos las palabras adecuadas para el mundo en que creíamos, más allá de nuestras diferencias. Y fue la preocupación y el cuidado de todas esas mujeres lo que me dio fuerzas y me permitió analizar la esencia de mi vida.” Audre Lorde, la hermana extranjera.

Pero la palabra y el sentir femenino incomoda en la cultura patriarcal, nos lo hace saber Chantal Meillard en su libro de ensayo La compasión difícil donde analiza toda esta incomodidad, esta estigmatización de la sabiduría femenina, la sierpe de la libertad de ser mujeres. El siglo XXI es un siglo para responder a este llamado de las sabias: de Woolf, de Lorde, de Maillard, de Juana Inés de la Cruz, de Leonora Carrington, de Remedios Varo, de Fridah Kalo y de tantas otras desde la invisibilidad de la historia que no nos enseñan en las escuelas como modelos de pensadoras o como intelectuales mujeres con las cuales reconocernos. Modelos para aquellas que de niñas despertamos con la curiosidad por las letras, con los cuestionamientos por la cultura, o simplemente con la necesidad de decir.

Las mujeres que dicen, que leen, que escriben, que hacen arte, somos peligrosas. El sentir de las mujeres en el siglo XIX y el XX era tan raro como un perro que baila, como nos lo hizo saber Gabriela Castellanos en sus ensayos leyendo a Jane Austen y María Luisa Bombal. Su rareza no era porque hiciera falta mayor voz o presencia sino porque no hay tal mirada amplia y democrática para escuchar este sentir. El patriarcado no escucha a las mujeres.

La cultura patriarcal hace que el sentir de las mujeres sea incómodo aún en nuestros días, nos dice Corral Herrera en sus análisis del Laboratorio del amor cómo seguimos siendo tomadas como reclamantes. También así lo analiza la lingüista Ivonne Bordelois cuando nos propone la no escucha como una violencia simbólica contra lo femenino. Otra forma de misoginia. Ella plantea esta idea a través del análisis del mito de Eurídice, la no escuchada, que tiene que ser vista y en su imagen, en el verse bonita queda condenada al inframundo mientras que Orfeo se vuelve mucho mejor compositor y su música es sublimada a través de transgredir el mandato que le impedía voltear a ver a Eurídice para poderla llevar con él a la tierra. La música más triste, pero sublimada al fin.
Algo así como un privilegio patriarcal el del sentir masculino frente a la negación de la escucha femenina, la clave para su liberación, la escucha de la sierpe, de la sabiduría de la que nos habla Maillard en el epígrafe que escogí, la que sisea, la que sabe, la no escuchada. El lenguaje femenino y el sentir femenino es el de la rabia, el de las emociones, el de lo inconforme y también el de lo no lingüístico, el del cuerpo.

Luisa Muraro nos habla de un orden simbólico de la madre, que es el lenguaje amorfo mientras que existe el orden simbólico del padre que es el acceso a la cultura a través de la palabra. La poesía está cercana a la madre, el útero universal es aquel de lo femenino que saluda Maillard en el epígrafe, la necesaria vuelta a la matria que frente a la guerra las mujeres proponemos porque somos quienes ponemos los hijos y los cuerpos como botines para quienes ejercen el poder con las armas. Sin importar el bando del que se trate, ni si las mujeres también hacen parte de los ejércitos, la guerra sigue siendo una resolución bélica, patriarcal inscrita en el régimen de la muerte por oposición al de la vida.

Un evento como este tendría que ponernos a escuchar el sentir de lo femenino. Alguno de los profesores colegas, me comentó al observar la convocatoria del Encuentro PAZ EN FEMENINO que había una especie de exclusión contra los hombres porque él quería participar con sus poemas y no le era permitido. Este compañero es alguien que está consciente de su formación, escribe ensayos sobre el feminismo, pero aún le cuesta el papel activo de sentarse a escuchar el sentir femenino. Como a muchos de nosotros, todavía tenemos esta misoginia, esta violencia interior como la llamaría Byung Chul Han, de no querer espacios diferenciales porque se exige la presencia y la voz de los hombres para poder generar una idea de igualdad cuando aún no se superan las brechas de desigualdad ni la invisibilización de las mujeres en las artes y la cultura.

El siglo XXI nos abre la posibilidad de tomar posición y defender estos espacios de la diferencia en el sentir, de darle a la palabra y a los lenguajes femeninos la posibilidad de escucharnos y ser escuchados y puestos en primer lugar con el fin de desentrañar los dolores colectivos del clan de la cicatriz, tal como lo enuncia Clarissa Pinkola Estés en su tesis doctoral Mujeres que corren con lobos, pues estos son los medios de la sanación de la palabra, de la sanación de las violencias del patriarcado, tanto las internas como las que diaria y cotidianamente vivimos hombres y mujeres a causa de la imposibilidad de escuchar y poner luz en la oscuridad de nuestras almas humanas.

Es esta pues la idea de que es el siglo de la sanación de lo masculino y lo femenino y de que el arte y sus lenguajes diversos tienen ahora la oportunidad de descentrar, de desestructurar los lugares de privilegio desde donde se nos ha definido como mujeres y como sociedad, de contar la historia otra, las historias a contrapelo como bien lo diría Benjamin.

En esto la literatura y el arte cumplen el papel de ser vehículo, medios limpios para establecer una CULTURA DEL CORAZÓN, frente a la violencia, cito a Benjamin:
Donde quiera que la CULTURA DEL CORAZÓN7 haya hecho accesibles medios limpios de acuerdo, se registra conformidad inviolenta. Y es que, a los medios legítimos e ilegítimos de todo tipo, que siempre expresan violencia, puede oponerse los no violentos, los medios limpios. Sus precondiciones subjetivas son cortesía sincera, afinidad, amor a la paz, confianza y todo aquello que en este contexto se deje nombrar (Benjamin, 2001, p. 23).
El amor, el dolor, el miedo, la rabia, la amistad, la memoria activa frente a la memoria estática, son contrahegemonías que le hacen frente a la guerra, que ejercen políticas estéticas merecedoras de ser escuchadas no como rarezas o como cantaletas en la sociedad patriarcal sino como lo que en últimas son suturas y sanaciones de las imposiciones patriarcales y sus violencias sobre los sujetos del siglo XXI y el resto que guarda nuestra educación y misoginia interior.

El papel del arte y la literatura hecho desde el sentir femenino es el de la sanación y el de la transformación de los silencios de siglos anteriores donde las mujeres hemos estado signadas a lugares estereotipados y dejadas a la subordinación de los papeles tradicionales.

Permitirnos la expresión primigenia y escuchar ese sentir es empatizar con las víctimas que somos todos y todas en una realidad colombiana que no cesa sus conflictos armados, es también desentreñar los dolores de victimarios que en últimas somos todos y todas al dejar de sentir el dolor de los otros. Tuve que actualizar los datos de las cifras que deja el conflicto armado desde que investigaba sobre las relaciones entre poesía y violencia en el 2015 y en el marco de los acuerdos de paz.
Encuentro ahora que, en el marco del conflicto social y armado que se ha vivido por más de medio siglo, las formas de violencia hacia las mujeres se han profundizado. Las mujeres han sido víctimas de violación, esclavitud sexual, esclavitud doméstica, abusos sexuales cometidos por actores armados de todas las partes del conflicto, incluyendo fuerzas militares, grupos guerrilleros y paramilitares; han sido desplazadas de sus hogares, lo que ha tenido un impacto devastador, ya que a menudo son responsables del cuidado de los niños y los ancianos; han sido objeto de asesinatos selectivos por su papel en la sociedad, incluyendo líderes comunitarias, defensoras de derechos humanos y activistas políticas; han sido amenazadas y sufrido extorsiones por parte de grupos armados ilegales, lo que ha limitado su capacidad para moverse libremente y participar en la vida política, social y económica de sus territorios; han sido tomadas como rehenes y usadas como botín de guerra por los grupos armados, lo que ha llevado a su explotación y abuso. Según el Registro Único de Víctimas, en Colombia existen 9.472.251 personas reconocidas como víctimas del conflicto armado, de las cuales 4.758.112 son mujeres. De este total, 5.155 se autoreconocen como miembros de la población LGBTI. Y asimismo, 560.644 se autoreconocen como indígenas y 1.229.191 se autoreconocen como miembros de las comunidades Negras, Afro, Raizales y Palenqueras -NARP (Unidad para las Víctimas, 2023).

Con este panorama en perspectiva queda claro que es más que urgente y necesario que se nos abra la posibilidad de implantar los medios limpios de hacer frente a la violencia a partir de una cultura del corazón donde el sentir femenino sea escuchado.

Es necesario aclarar que estoy de acuerdo con la propuesta de bell hooks de incluir en la lucha contra el patriarcado a los hombres y que en esa medida daría lugar a que mi colega expusiera también en este marco sus poemas, tal como era su deseo. Pero creo también que los hombres necesitan sus propios espacios, tal como lo están haciendo y ejerciendo ya algunos colectivos para asumir lo íntimo como político y hacer sus procesos de sanación y deconstrucción de sus regímenes hegemónicos.

Es el momento de empatizar con la CULTURA DEL CORAZÖN y sus medios limpios y escuchar a las mujeres. El siglo XXI ha traído el auge de la literatura escrita por mujeres. Algo que ya a finales del siglo XX se vio iniciado por el Postboom literario en narrativa y que Ángel Rama llamó en su momento como la democratización de la literatura latinoamericana en voces de los Contestatarios del poder, donde incluyó la mirada de las escrituras de mujeres como Ángeles Mastreta.

Hoy en día, en tiempos de literaturas híbridas, la creación literaria, el arte e incluso la cultura popular, transgrede abiertamente el mito de Eurídice y se hace escuchar, sigue la línea de la democratización y ejerce el libre derecho a la expresión, a decir, desde modos y lugares diversos, lo que se debe y tiene que decir sobre las violencias, a testimoniar la guerra desde el cuerpo. Es así como se cumple también uno de los sueños de Virginia Woolf en Una habitación propia donde habla de la necesidad de que las mujeres expresemos abiertamente nuestros deseos para que exista una literatura de mujeres.

Invito con esto a leer el mundo como una mujer, a explorar cada muestra artística y literaria resultado de este evento y mostrar como este orden simbólico de lo femenino nos interpela desde la emoción a duelarnos de la guerra, a la construcción de paz, a la superación de las violencias de todo tipo, a darle el lugar a la literatura y el arte para sanarnos con las escucha de sus voces más dolientes. Tal vez escuchando tengamos un lugar para superar la desigualdad y transformemos el silencio en acción de cambio, en disposición de cambio cultural.
A continuación, me permito referenciar algunas de las obras escritas por mujeres, donde este lenguaje denuncia abiertamente los dolores sentidos y vividos por las mujeres en el marco del conflicto armado colombiano. Se trata de la obra de algunas de las mujeres que leí para mi tesis doctoral y que me permiten ejemplificar la postura sobre el papel de la literatura, la política y ética de los artistas hoy frente a la guerra.

Esta política afectiva se ejerce en lo entendido como literatura y estética desde Jacques Ranciére (2005), donde todo aquello que desordena, que ejerce una movilidad, una pérdida de fronteras, como la literatura, está deshaciendo lo policivo de las verdades, el control sobre lo que debe recordarse, pero sobre todo escuchando y desde una postura ética de la creación verbal que involucra la empatía (Bajtín, 2000) como vehículo dinamizador de la creación ejerce la movilición o conmoción social. El común denominador de la poesía testimonial escrita por mujeres en Colombia es el de crear una mirada femenina en la imaginación pública sobre la guerra, necesaria para ampliar el registro y contrarrestar la fábrica de imágenes sobre víctimas y sujetos al margen.

Encuentro entonces los poemas de Anabel Torres, Cristina Valcke Valbuena, Nana Rodríguez, Camila Charry, Andrea Cote, me permito leer en esta ocasión e incluir en esta breve muestra a Diana Carol Forero, poeta exmilitante de las FARC quien vive ahora en el Guaviare estudiando matemáticas y haciendo proyectos sociales y culturales para darle nuevas oportunidades a los habitantes de su municipio. Diana Carol se entregó a la guerrilla por una decepción amorosa debido a un abuso narcisista y su libro cuenta las más cruentas verdades de la memoria de las muchas personas que vio morir en combate. La guerra no tiene el rostro de mujer, tiene múltiples rostros de lo que somos como víctimas y victimarios de un mismo sistema cultural que nos ha condenado al sufrimiento.
Desde luego que también quiero resaltar la importancia de la obra presentada por las autoras caribeñas, y las artistas que en este encuentro PAZ EN FEMENINO se unen a esta tradición de los medios limpios y de la CULTURA DEL CORAZÓN para reivindicar el derecho al sentir de las mujeres en el marco de una guerra que no cesa. Por ello exalto la obra llena de matices, donde la cicatriz es una metáfora común, la herida abierta y enunciada por ser mujer en esta historia contada desde el belicismo nos habla de este derecho, de la sierpe que libremente nos dice su dolor.

Era necesario, sí, escribir sobre este contexto, porque muchas veces no se entiende la necesidad de poner relevancia a este sentir femenino, sobre todo cuando hemos sido las madres quienes hemos entregado los hijos a la guerra y las mujeres las que seguimos poniendo el cuerpo. Con este texto quiero no sólo invitar a la lectura e interpretación del importante trabajo de las artistas y autoras del encuentro, sino a dejar la violencia de no escucharnos, a permitir que Eurídice, que la sierpe siga susurrando y a quedarnos con ese mensaje de las sabias, la reconciliación y el equilibrio es necesario y pasa por la atención plena también al lenguaje de las mujeres.

Referencias

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