Carta abierta
Epígrafe.
“En dirección de todos los puntos cardinales se habla en estos momentos de la
necesidad de elaborar una antropología del cimarronaje” (Escalante, 1954).
Cuando era estudiante del departamento de antropología de la Universidad del Cauca, una mañana después de terminar las clases del curso sobre introducción a la antropología general, me dirigí a la cafetería de la Facultad de Humanidades para tomarme un tinto. Al llegar a la cafería había un grupo de compañeros blancomestizos que decían: “esa negra que hace aquí no sabe nada, no tiene ni idea qué es y para qué sirve la antropología”.
Mi presencia, estar ahí, ser una mujer negra campesina era el antagonismo y la confrontación al poder epistémico de la blanquitud en la antropología. Ellos representaban la colonialidad del poder, del ser y del saber, yo era la cara de la otredad, el margen, el afuera, el objeto de investigación. Mi presencia les incomodaba, desmitificaba e interpelaba el privilegio de hablar por los “otros” porque yo representaba también ese otro, lejano, salvaje, al que hay que traducir para interpretar y entender. Tal como plantea Gnecco y Gómez (2012), la representación es un espacio retorico en el que alguien impersona a otro. El otro (el representado) no está́ (mejor, está en otra parte). En su lugar aparece algo que lo suplanta (la representación), puesto en movimiento por un individuo impersonando al representador”.
Desde el momento de emergencia de la disciplina en los años treinta, se institucionalizó como autoridad legítima de la otredad, un canon etnográfico, aséptico, distinto, alejado, ubicado en otras temporalidades y geografías de la otredad, (el nativo, el indígena, el negro, comunidad negra). La distancia antropológica para no contaminar el dato, el espectáculo ritual del otro.
Aquella autoridad etnográfica, reside en el racismo epistémico fundado por el discurso filosófico de la modernidad que se materializa en una racionalidad colonial, dando poder y privilegio a lo racializado como blanco y a su descendencia, lo criollo, lo blanco-mestizo. Este juego saber/poder es lo que permite que, enunciados o conjuntos de enunciados, de ciertos antropólogos y antropólogas sean erigidos como el archivó canónico, visible y con altos grados de “verdad y legitimidad”.
Esta afirmación está documentada a profundidad en mi artículo Quítate de mí escalera no me hagás oscuridad: imágenes de los “negro” en la antropología colombiana (1930 – 1970). Allí evidencio cómo operaron el racismo y la violencia epistémica sobre el antropólogo afrocolombiano Rogerio Velásquez y el antropólogo afrocaribeño Aquiles Escalante, en el momento de emergencia e institucionalización de la antropología colombiana. Mientras tanto, la comunidad antropológica coronó como pioneros y canon del archivo al padre jesuita José Rafael Arboleda y al antropólogo ingles afroamericanista Thomas Price. Ejemplo concreto que devela la existencia del poder epistémico de la blanquitud en la antropología colombiana.
En esa perspectiva, los archivos, las fuentes, los enfoques y las metodologías hegemónicas son el conjunto de prácticas que crean poder epistémico racializado, capitalizado como prestigio intelectual. Los borramientos y silenciamientos en esta correlación de fuerzas están íntimamente relacionados con las lógicas del racismo antinegro. Develar esos intersticios, silencios, es una nueva propuesta ética, política, epistemológica y metodológica que intenta fundar una antropología antirracista, feminista y decolonial que muestra las violencia epistémicas y patriarcales al interior del campo disciplinar.
Estas prácticas de racismo antinegro, narradas desde mi experiencia concreta, no son contemporáneas, sino que, por el contrario, son constitutivas e indisolubles de la emergencia y posterior desarrollo del quehacer antropológico (tanto en su dimensión epistemológica y praxiológica), tal como lo expresa el antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot: “La antropología como disciplina emerge de la proyección de Occidente, de la brecha entre el Aquí́ y el Otro Lugar, de manera distinta a cualquier otra disciplina. Por eso no es sorprendente que haya sido acusada de ser una herramienta inherente al poder del Atlántico Norte como ninguna otra disciplina, de ser hija del colonialismo y del imperialismo.» (Trouillot, 2011: 36).
Nuevamente, estoy aquí, en el devenir histórico de la violenta racial y epistémica. Pongo a su consideración los siguientes hechos:
Mi nombre es Rudy Amanda Hurtado Garcés, nací en el rio Timbiquí, en el territorio región Pacífico caucano, en esa Colombia tatabra. Me formé como antropóloga en la Universidad del Cauca y desde que inicié mis estudios ha sido una constante encontrarme con situaciones como las que he descrito en este texto. Tengo que empezar diciendo que el racismo al interior de la antropología es tan viejo como nuestras luchas como pueblos por la libertad y la justicia, sin embargo, estamos por primera vez en Colombia viviendo un gobierno que representa parte de nuestros sueños y esperanzas, somos el gobierno del cambio y potencia mundial de la vida, por ello no me puedo admitir el silencio ante un nuevo hecho de violencia racista, esta vez al interior de una de nuestras instituciones: El Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH).
Hace unos años atrás, revisando entre mis documentos personales de consulta para iniciar la escritura de un artículo sobre marxismos negros en Colombia, volví sobre el archivo del antropólogo afrocaribeño Aquiles Escalante Polo, que guardo hace más de diez años. Escalante ha sido una de mis fuentes de inspiración para contribuir a desmantelar el racismo epistémico. Aquella mañana al observar la fecha de nacimiento de Escalante pude darme cuenta de que en el 2023 se cumpliría el centenario de su natalicio. Ante la alegría que me dio percatarme de esta fecha, se me ocurrió buscar espacios y alianzas para conspirar e impulsar dicha conmemoración.
Empecé la tarea de reunir esfuerzos colectivos para darle materialidad a la idea y fue así como en abril del 2022 empezamos reuniones con la subdirectora científica del ICANH, la directora del Centro de Estudios Afrocolombianos de la Universidad Nacional de Colombia, La Cátedra Aquiles Escalante Polo de la Universidad Simón Bolívar y su hijo Juan Carlos Escalante. En este espacio construimos una hoja de ruta y realizamos varias actividades, de las cuales cabe resaltar, un simposio titulado “dislocando sentidos de la autoridad etnográfica”, el lanzamiento de la cátedra Aquiles Escalante de la Universidad simón Bolívar y enviamos un oficio al Ministerio de Cultura, en junio del presente año, solicitando la declaratoria del año para revisitar y reeditar su obra. Adicional a las tareas ya realizadas, hice el ejercicio de catalogar la obra completa de Aquiles. Todo este trabajo lo he impulsado desde mi convicción y compromiso político con mi pueblo y con nuestro país, principalmente, porque existen profundas deudas con el pueblo negro afrocolombiano y, entre ellas, las memorias borradas y silenciadas de grandes pensadores como Aquiles, a quien la antropología siempre le ha dado la espalda.
Con relación a lo anterior, es importante mencionar que el 15 de febrero del presente año sostuvimos una reunión presencial con la nueva directora del ICANH, espacio donde le presentamos el trabajo que veníamos realizando y las propuestas alrededor de la declaratoria del año Aquiles Escalante. Sin embargo, hace unos días, nos sorprendió la noticia de que la directora del ICANH ha decidido unilateralmente publicar los libros “La Minería del Hambre” y el “Palenque de San Basilio” y vincular como interlocutor al antropólogo Eduardo Restrepo. Decisión que no fue comunicada con el espacio de trabajo que veníamos impulsando, de manera fluida y respetuosa, con las profesionales del ICANH.
Al revisar la obra de Restrepo, se puede constatar que nunca ha desarrollado un análisis de profundidad teórica que aborde la obra de Aquiles Escalante, por el contrario, se expolia la creatividad, la imaginación y se expropia de la fuerza de trabajo de una mujer negra reproduciendo el poder colonial y racial de la blanquitud e invistiendo de poder a quienes por años nos han silenciado. Tal y como decía al inicio de la carta, nada nuevo para quienes hemos vivido este tipo de situaciones durante toda la vida. O quizás si haya algo nuevo y es justamente que este hecho que va en contra vía de lo planteado por nuestro presidente Gustavo Petro cuando en reiteradas ocasiones ha manifestado: “no quiero que en mi país siga siendo gobernado por los herederos de los esclavistas sino por los herederos de los esclavos”. Este mandato reparador encuentra barreras y limites en las jerarquías, órdenes y prácticas del racismo estructural reproducido por la élite intelectual blanca andina que quiere continuar abrogándose el privilegio de traducir y hablar por el “otro”. Una autoridad antropológica que se distancia del pueblo, pero que los quiere tener para el tutelaje, informantes nativos.
Con esta denuncia busco evidenciar el racismo antinegro existente en las instituciones académicas, científicas y culturales del Estado colombiano. Y lo hago con la intencionalidad y la esperanza de que estamos protegiendo el corazón y la convicción ética del cambio hacia una Colombia potencia de la vida.