Si cuando hablamos de economía del cuidado, hablamos de subsistencia, ¿dónde están las mujeres en la lucha contra la crisis climática?

Cuando se dice que trabajamos con temáticas de cambio climático, usualmente se nos imagina escribiendo sobre cifras que dan seguimiento a las condiciones climáticas o algún osado artículo que promete dar la solución a la crisis. Todas estas cosas, que a mi parecer son tan complejas, parecen ser muy obvias para la población en general, incluso dentro de la academia, pero cuando puntualizamos en decir que hacemos estudios de género en los panoramas de la crisis climática, la situación deja de ser tan clara. Parece ser que, a la mente de muchos, pensar en la crisis climática como un fenómeno que ocasiona o complejiza problemáticas o diferenciaciones de género no suena para nada claro y para muchos ni medianamente lógico. Nos hemos acostumbrado a ver, hablar y pensar en la crisis climática como algo lejano y netamente ambiental, que ocasiona condiciones catastróficas muy específicas que solo se reflejan en condiciones sociales como consecuencias desencadenantes, como el hambre, la pobreza, el desplazamiento y la muerte. Pero ¿qué pasa cuando nos enfrentamos no a la hipótesis, sino a la realidad, de que absolutamente todos los desencadenantes de la crisis climática son sociales, empezando por sus causas y promotores del desequilibrio acelerado, así como quienes y cómo se ven afectados por las consecuencias de esto?

Esta situación sirve para explicar cómo, si el cambio climático no solo es una problemática netamente ambiental sino social en sí, obligatoriamente nos permite vislumbrar hacia otros panoramas. ¿Cuáles son las poblaciones que se están viendo afectadas por el cambio climático? ¿Cómo influyen los privilegios sociales y el poder en estas distribuciones de responsabilidades ante la crisis? Y en mi caso, ¿cuál es el papel de la mujer en la crisis climática y por qué las diferencias y estereotipos de géneros hacen que estas, junto a los niños y ancianos, sean la población en mayor riesgo, pero igualmente los más involucrados en las acciones diarias contra la crisis? Esto nos da la oportunidad de navegar por otra incógnita: ¿por qué, si es así, estas no se ven reflejadas de mayor manera en los espacios de toma de decisiones y las agendas?

Abordar las cuestiones de género en el contexto del cambio climático es esencial para desarrollar estrategias efectivas y equitativas para mitigar y adaptarse a los impactos climáticos. La inclusión real de voces diversas y la consideración de las dimensiones de género son aspectos cruciales en la formulación de políticas climáticas.

El cambio climático es uno de los desafíos más urgentes a los que enfrenta nuestro planeta en la actualidad. A medida que los impactos ambientales se intensifican, es crucial reconocer y entender el papel fundamental que desempeñan las mujeres en la mitigación, adaptación y resistencia ante estos cambios. Las desigualdades de género se magnifican en el contexto del cambio climático. Ya que las mujeres, especialmente en comunidades marginadas, a menudo enfrentan impactos desproporcionados debido a roles de género tradicionales. Históricamente, las mujeres hemos asumido la mayor parte del trabajo no remunerado de cuidado en el hogar, lo que incluye cuidar de niños, ancianos, enfermos y realizar tareas domésticas. Esto ha resultado en distraer a las mujeres de cualquier tipo de representación y participación pública que les posibilite ser entendidas como un ser pilar para la sociedad, y en cambio, darle este espacio a los hombres. Dado que esta carga desigual de las responsabilidades de cuidado puede limitar las oportunidades de las mujeres en el ámbito laboral y personal.

Es así como el concepto de «economía del cuidado» toma importancia en esta discusión, ya que se refiere a todas estas tareas no remuneradas pero que sostienen la productividad, de las que ya hablábamos. La relación entre la economía del cuidado y la lucha por la resistencia ante la crisis climática se establece a través de varias conexiones interrelacionadas. Ambos conceptos abordan desafíos relacionados con la equidad, la distribución de recursos y la sostenibilidad a nivel global. Como lo son, principalmente, que las actividades de cuidado a menudo implican el uso intensivo de recursos, como agua y energía, especialmente en el contexto de la atención a la familia y el trabajo doméstico. Por lo tanto, no es muy difícil llegar a la conclusión de que cuando se vean afectados estos recursos, las responsables de estas tareas serán igualmente responsables de gestionar soluciones para cumplir con sus obligaciones. Por lo tanto, las mujeres desempeñan un papel central en la adaptación y resistencia frente a los impactos climáticos. Además de esto, en las comunidades, son las guardianas del conocimiento local sobre prácticas agrícolas sostenibles, conservación del agua y gestión de recursos naturales. Reconocer a las mujeres como poseedoras de las habilidades y conocimientos necesarios para enfrentar los desafíos climáticos es esencial para fortalecer la resiliencia comunitaria.

La equidad de género, especialmente reflejada en la situación económica y tenencia de tierras de las mujeres, es clave para la sostenibilidad ambiental. Al brindar a las mujeres acceso a recursos financieros, capacitación y oportunidades de empleo en sectores verdes, se fomenta un enfoque más equitativo y sostenible para el desarrollo. Ya que, la mayoría de las veces, el desarrollo económico de las mujeres afecta positiva y directamente el desarrollo comunitario, esto a causa de que a menudo adoptan prácticas comerciales comunitarias, más éticas y sostenibles, donde se ven involucradas una o más mujeres de la comunidad, teniendo un sentido de relevo generacional. Además, al ser estas las que asumen el rol privado de la distribución de los recursos, las labores del cuidado y el maternaje, su seguridad se convierte en la seguridad de todos los que sus tareas representan, en sí, la familia.

Esta situación queda aún más evidente con la migración climática. Las mujeres pueden verse afectadas de manera desproporcionada por los impactos del cambio climático en sus comunidades de origen, lo que puede ser un factor que contribuya a la migración. Por ejemplo, la pérdida de recursos naturales esenciales para la subsistencia puede afectar más directamente a las mujeres. Al ser responsables del cuidado de la familia, enfrentan mayores riesgos de violencia de género durante la migración, debido a una serie de factores interrelacionados que pueden aumentar su vulnerabilidad, como tener la carga de los roles de cuidado más pronunciados en el hogar. Durante la migración, estas responsabilidades se intensifican, exponiéndolas a mayores riesgos y desafíos. Asimismo, las situaciones de migración climática pueden exacerbar la violencia de género, ya que debido a las violencias y cargas desequilibradas del género, las mujeres llegan aún más expuestas a estas situaciones de crisis, en comparación con los hombres, ya que pueden tener un acceso más limitado a recursos económicos y servicios básicos durante la migración. Esto hace que sea más difícil para ellas satisfacer necesidades básicas como la alimentación, la atención médica y la vivienda. Asimismo, las mujeres a menudo enfrentan desigualdades en términos de educación y capacitación, lo que limita sus oportunidades de empleo y sus posibilidades de anteponerse, ocasionándoles mayor riesgo de explotación, violencia sexual, económica, reproductiva y entre otros tipos de violencias durante la crisis y la posible migración, ya sea en el proceso mismo o en los lugares de refugio temporal. Ya que las mujeres migrantes pueden enfrentar riesgos adicionales de tráfico y explotación, incluida la trata de personas. La falta de protecciones y recursos puede hacer que sean más susceptibles a estas formas de explotación.

Todas estas dificultades traducidas en violencias sistemáticas para las mujeres representan un problema monumental para su participación en la toma de decisiones en situaciones que influyen en sus vidas, lo que afecta negativamente su capacidad para influir en las políticas y prácticas que afectan sus futuros.

Abordar estas vulnerabilidades requiere políticas y estrategias que reconozcan y atiendan las necesidades de las mujeres en sus contextos específicos. Por lo tanto, la movilización femenina, la asociabilidad y los movimientos feministas ecológicos, comunitarios, interseccionales desempeñan un papel vital al abogar por la justicia climática. Ya que la lucha por la equidad de género acarrea por sí misma una lucha por la familia fuera de las violencias hegemónicas que el concepto clásico patriarcal representa, por la dignidad y reconocimiento de las economías del cuidado, como fuerza productiva, así como la lucha por el cuidado del cuerpo femenino, como territorio de vida, entre cruzado y conectado con el territorio ancestral mismo. Todas estas luchas en conjunto buscan un fin compartido, con el enfrentamiento a la crisis climática, que es la preservación de la vida y la liberación del territorio de la esclavitud y la explotación. Cosa que es imposible sin las mujeres. Por lo tanto, el reconocimiento del papel femenino en la lucha contra el cambio climático no es solo un imperativo moral, sino una estrategia inteligente para construir un futuro sostenible y equitativo. Al reconocer y apoyar el papel vital de las mujeres en la mitigación, adaptación y resiliencia, podemos avanzar hacia soluciones más efectivas y justas para abordar la crisis climática que afecta a todos, sin importar su género.