Tono de vieja ¿Es posible escribir como mujer y no ser perseguida en el proceso?

 Como lo personal es político
Y la pelea es peleando
Hablemos “TEMAS DE VIEJAS”

No fue hace mucho tiempo la primera vez que escuché debatir vagamente sobre el tono al escribir y cómo, con ayuda de este, se podía crear «unas antropologías con acentos». También  sobre cómo, más allá de destacar nacionalidades y las identidades dentro de un «sistema mundo» que organiza unos nortes y sures más allá de lo geográfico, existen consecuencias ante el poder ser identificado o identificarse voluntariamente para aquel que nos lee como un escritor/investigador hasta el momento desconocido, pero del cual, gracias a su narrativa, puede deducir muchas cosas que van más allá de la estética siempre impenetrable y pulcra que las narrativas académicas nos han acostumbrado a recibir. Por el contrario, se otorga todo aquello que parece ser subjetivo, ordinario, poco riguroso, etc., como lo es, el obsequio de detalles sobre nuestra persona y la manera en que nos construye como tal. Nuestra identidad sexo/género, edad, posición económica y demás, ya que nos posicionan obligadamente en unas discusiones. Todo esto de una manera muy explícita y quizás intencional.

Fue en este debate, de esos que se logran dar, cuando en la clase salirse de lo estrictamente curricular es posible y reflexionar, escuchar y, sobre todo, pensar es lo importante, donde me vi bombardeada por la apasionada discusión dada entre mis compañeros. Un sinfín de teorías, autores, ejemplos cotidianos y también controversias me dejaron muy claro que, aunque desconocía totalmente las referencias o teorías que sostenían esta discusión de una manera estrictamente académica, entendía completamente a lo que se referían y conocía de primera mano sus implicaciones más allá del papel. Ya que, como muchos de mis malestares sin nombre, tuve que pasar algún tiempo de aprendizaje y muchas incomodidades para que, con ayuda de una carrera como la antropología, pudiera darle un nombre a eso que ya sabía que estaba ahí o que quizás no sabía a ciencia cierta, pero sentía. Para posicionarlo como lo que es: una problemática social que pone a muchos como semejantes, más que un problema a título personal.

Es que, si hay algo lo cual, para escucharlo, no tuve que pasar por ninguna aula universitaria y ya estando en ella tampoco dejé de escuchar, es el «ESE ES UN TONO/HABLADO/TEMA DE VIEJA», «DE ESO ES LO QUE HABLAN LAS MUJERES», «LO DICES PORQUE ERES MUJER» y entre otros. Desde la niñez, a las mujeres de una manera totalmente naturalizada, nos asignan «una voz estándar» con instrucciones bien limitadas sobre qué temas debemos/podemos tocar, en qué espacios, a qué volumen, con qué intensidad. Reglas que usualmente colocan «nuestros temas» en espacios de lo superficial y frívolo o romántico y desacertado. Que según deberían ridiculizarnos, razón por la cual, cuando nos aventuramos al sueño pretencioso de las académicas respetadas, huimos de ellos como si volver a tocar esos temas nos robara cualquier ápice de inteligencia, rigurosidad o talento.

Pero como siempre, cuando se juega a este juego del gato y el ratón con el machismo y sus tentáculos que atacan por todos lados, nos encontramos con dos frentes: uno que nos subestima, que nos ve como «niñas intentando hablar de temas de señores» o, por el contrario, con la imposibilidad de darnos la oportunidad de escribir desde el «yo», de hablar de las cosas que nos interpelan, no porque no seamos capaces de hablar de otros temas, sino porque, justamente, darle espacio a los temas que ¡sí!” son de viejas”, que parece que solo nosotras entendemos y nos obligan a sufrir en silencio o allá escondido entre los «espacios ordinarios», es más que necesario y de responsabilidad académica. Y ¿quién mejor que nosotras para hablar, como lo que somos, mujeres? No en una simplificación de esto, sino, por el contrario, todas las complejidades que representa. El poder llevar los temas «del desahogo de amiga» y el «a mí también me pasó» a los espacios donde «fantasiosas como yo» nos regalamos el derecho a intentar desentrañar la telaraña y hablar en todos los espacios del cómo nos afecta a las mujeres esta descarada vigilancia del tono y demostrar justamente con el ejemplo cómo es verídico que la sufrimos. Ya que todas aquellas que nos levantamos a mencionarlo seremos rotuladas como una problemática más, dando problemas de mujeres. Como si justamente esos temas de mujeres no involucraran la existencia misma de los mismos temas que tanto se han empeñado en postular como teorías lejanas, escritas en tercera persona y con las cuales se necesita de un título para saber identificarse, como si no fuéramos también sujetos en esas mismas historias.

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