Profesor, a lo serio, no es plagio; estoy pensando con mi cabeza.

Las gaitas resuenan como un eco ancestral en el amplio universo musical. Generaciones han sido acompañadas por sus notas y creación, tejidas con hilos de tradición, conocimientos y pasión. Pero, ¿qué sucede cuando un gaitero decide plasmar sus experiencias y conocimientos en papel? En una giro paradójico de los acontecimientos, la respuesta se encuentra en el corazón mismo de la academia. Ya perdí la cuenta, pero ha sucedido que cada vez que escribo sobre música de gaitas, yo, siendo un gaitero que lleva más de cinco años ejecutando el instrumento, la mayoría de los académicos me dicen o comentan frases como la siguiente: “en caso de haber sacado esta información de algún autor, cite adecuadamente”. Mi pregunta es, ¿puedo, como alguien que ha estado trabajando en este tema durante un tiempo, no ser capaz de definir lo que yo, como músico, he estado haciendo durante bastante tiempo? Me parece el colmo que ahora todo esté conectado con el plagio y que todo lo que “ya ha sido estudiado” debería tener su propia cita.

Aquí́ existe una tensión intrincada. Por un lado, están la pasión y la experiencia personal; por otro, están los estándares académicos y la rigidez del sistema. ¿Como se pueden reconciliar estas dos realidades aparentemente contradictorias? Cuando los gaiteros dan con sus dedos danzantes sobre los huecos de la gaita, crean melodías que se entrelazan con la brisa, mientras que la música fluye como el viento. Sin embargo, nos encontramos con una paradoja cuando intentamos poner en palabras esas melodías: la originalidad se convierte en un laberinto. Del mismo modo, la originalidad de nuestras definiciones de lo que ejecutamos se vuelven inverosímil.

Los académicos, con sus lentes críticos, nos advierten contra el plagio. Hay que contar con una fuente para respaldar cada frase y cada idea. Pero, ¿qué sucede cuando nuestra propia experiencia es la fuente? ¿Nosotros mismos debemos citarnos? La ironía es ahora palpable: el gaitero, que ha bebido de las fuentes invisibles de la música, ahora tiene que citar su propia alma. Sé que solo soy un estudiante y que no tengo la gran influencia que tendría un antropólogo, pero también tengo un cerebro y puedo tener mis propias ideas.

“Cuando hayas sacado esta información de alguien, cítalo correctamente”. En el salón, la frase resuena como un eco. Pero, ¿qué información hemos “sacado” cuando nuestras palabras fluyen de la pasión y la práctica? No hay ORCID para la música ni para su manera de escribirla. ¿Cómo citamos al viento que acaricia los tubos de las gaitas? ¿Cómo cito la descripción de mi propio instrumento? ¿Cómo puedo citar una definición de la música que toco? En su búsqueda de rigor, la academia a veces olvida que la autenticidad no siempre se encuentra en las notas a pie de página. El gaitero escritor busca una originalidad más profunda que emerge del alma, del sudor en los dedos, del aliento que da vida al instrumento. -Profesor, no es plagio, a lo serio; estoy pensando con mi cabeza-.

Obviamente, esto es solo hablar desde mi experiencia, pero sucede todo el tiempo con muchos de mis compañeros. Apasionados por ciertos temas y que se desenvuelven en ellos desde hace tiempo, no pueden proporcionar sus propias ideas al respecto debido a la necesidad de citar la fuente, pero ¿qué fuente? ¿(Mi Cerebro 2024, neurona. 580)? Es obvio que no podemos poner “creación propia” o “del autor” o algo por el estilo porque de una vez el demérito es atroz.

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