Celebrar la indiferencia o conmemorar la injusticia

«No vinieron a civilizar ni a enseñar, sino a destruir y saquear con la espada en una mano y la cruz en la otra.»

 Bartolomé de las Casas

«Vinieron con la Biblia y su religión; robaron nuestra tierra, aplastaron nuestro espíritu… y ahora nos dicen que debemos estar agradecidos al ‘Señor’ por haber sido salvados.»

 Jefe Sioux, Masa de Hierro

La mayor aberración cometida jamás, disfrazada de evangelización y civilización.»

 Eduardo Galeano

Ellos vinieron. Ellos tienen la Biblia, y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: ‘Cierren los ojos y recen.’ Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.»

 Desmond Tutu (aunque habla de África, puede aplicarse a la colonización de América)

El peor daño que hicieron no fue la matanza, sino el olvido impuesto a las culturas que quisieron silenciar.»

 José Martí

Celebrar el «Descubrimiento de América» o conmemorar los 500 años de ciudades como Santa Marta plantea una dualidad moral profundamente inquietante. Por un lado, está la narrativa que presenta estos eventos como momentos fundacionales, puntos de partida de una historia compartida entre Europa y el continente americano. Sin embargo, en el trasfondo de estas celebraciones, subyace una verdad histórica que no puede ni debe ser ignorada: la colonización fue un proceso devastador para los pueblos indígenas, sus culturas, sus territorios y sus formas de vida. Celebrar sin reflexionar es, en muchos sentidos, borrar de la memoria colectiva las atrocidades que se cometieron en nombre de la «civilización» y el «progreso».

Pensar en celebrar es, a menudo, caer en la trampa de la indiferencia. Es aceptar una versión edulcorada de la historia que invisibiliza el genocidio, la esclavitud, el saqueo y la destrucción cultural. Recordar los 500 años de Santa Marta, por ejemplo, no puede reducirse a exaltar la llegada de los conquistadores y la fundación de una ciudad como si fuera un acto heroico, porque detrás de esa «fundación» hay historias de resistencia aniquilada, de tierras robadas y de voces silenciadas. Los pueblos originarios de la región, tanto indígenas como negras, fueron diezmados y sometidos por la fuerza, sus culturas consideradas inferiores y sus creencias ridiculizadas o erradicadas.

Conmemorar las fechas del «descubrimiento» sin hacer una revisión crítica de lo que realmente implicaron es convalidar la injusticia que aún persiste. Es ignorar que las estructuras coloniales de poder que surgieron hace más de 500 años aún resuenan hoy en día en la desigualdad social, en el racismo estructural y en la marginación de las comunidades indígenas y afrodescendientes.

Celebrar no puede ser una opción cuando hacerlo implica encubrir el horror de la conquista. Si estas fechas han de ser recordadas, debe ser para reflexionar sobre las consecuencias de la colonización, para hacer un ejercicio colectivo de memoria que incluya a aquellos que han sido históricamente olvidados o ignorados. No se puede conmemorar la fundación de Santa Marta sin reconocer que fue, para muchos, el comienzo de una larga historia de dolor.

En vez de celebrar, deberíamos repensar nuestra relación con la historia, cuestionar las narrativas que hemos heredado y hacer espacio para la verdad, por incómoda que sea. Celebrar es olvidar; conmemorar la injusticia es, al menos, un primer paso hacia la reparación.

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