A propósito del Mundial de fútbol femenino y lo político

Hace unos días me contactaba una compañera y me preguntaba si podía responderle unas preguntas para grabar un video sobre lo político de jugar fútbol femenino o en general de hacer algún deporte en la rama femenina (es así como la han denominado). Mi respuesta sin lugar a duda fue positiva, pues este ha sido el deporte de mis amores y el lugar de mis frustraciones (por querer seguir jugando, pero lesionarme en cada intento).

Así que, luego de darle un par de vueltas al asunto en mi cabeza, hojear los trabajos que había realizado con anterioridad y reflexionar sobre el fútbol como el espacio que en algún momento yo disputé, llegué a lo siguiente:

El fútbol, al igual que muchos otros deportes, fue diseñado inicialmente para ser jugado y practicado por corporalidades específicas, alineadas con normas sociales del sistema cishetero en términos físicos, emocionales y de habilidades. Es decir que, los escenarios deportivos han estado preconcebidos para que quienes los habiten sean cuerpos de la masculinidad hegemónica.

Por este motivo, llegar a estos espacios deportivos en los que socialmente se ha instaurado la idea de que “son para hombres”, es por si mismo un acto político porque implica una especie de desestabilización del estatus quo, así como un cambio de paradigmas en el que se pretende poner a las mujeres y otras identidades en la disputa del espacio público.

Entonces, participar en la Copa Mundial Femenina de Fútbol es una forma de mostrar que hay mujeres jugando fútbol y haciéndolo bien, que hay familias yendo a los estadios, que hay niñas creando referentes y creyendo que es posible alcanzar sus sueños de ser futbolistas. Que es momento de apostar por construir infancias a las que les sea posible imaginarse tocando un balón si es lo que quieren.

Es también un acto político porque desde este lugar de asistente/ espectadora, al menos yo, y sé que muchas otras jugadoras y organizaciones/movimientos/colectivas encuentran un espacio medianamente de visibilidad para reportar denuncias entorno a las malas condiciones de las deportistas, tales como la exigencia de una liga digna de fútbol femenino en Colombia. Además, es preciso señalar que en este escenario estamos viendo a corporalidades que han sido relegadas a lugares de marginalización, como lo es la estética de “verse lesbiana” o “ser machorras” y recibir estigmatización y discriminación por ellos. De ahí que, considero indispensable poner en el foco de la discusión la necesidad de apropiarnos de esos lugares de enunciación, y por ende, reclamarle a las personas de las estancias institucionales y administrativas, que asuman las responsabilidades correspondientes relacionadas a ofrecer condiciones dignas de trabajos para las mujeres futbolistas, y en general a las deportistas del mundo, ya qu no podemos seguir tolerando que ser mujeres, ser personas con capacidades diferenciadas, empobrecidas, con pertenencia étnico racial, y orientación sexual, expresión e identidades de género diversas, se  consolide como un argumento para medir el respeto y el trato digno en lo laboral y personal, pues, no nos pueden seguir condenando por simplemente existir.

Otro de los puntos a abordar someramente en esta reflexión, es que a lo largo de la historia del fútbol femenino los medios de comunicación como mecanismo de difusión, representación e información poco o nada han hecho en materia de documentación. De los recuerdos que tengo y las entrevistas que he realizado en lo relacionado con la visualización de los partidos femeninos, era que “siempre es una odisea encontrarlos”. Intentar verlos era exponerte a que en tu computadora (en caso de que tuvieras) entraran no sé cuántos virus al darle clic a una página online en donde aparentemente lo estarían transmitiendo, y claro, esto para el caso de los partidos de selecciones en mundiales o juegos olímpicos, porque para otro tipo de partidos como amistosos o torneos con menos renombres la imposibilidad de verlo era mucho más certera.

En este sentido, la importancia de la documentación radica en que, quizás, por primera vez en la televisión colombiana (será porque somos anfitrionas, pero ojalá sea porque estamos transformando las sociedades) se está dando un cubrimiento digno (del que hay que estar pendientes porque en cualquier momento nos pueden sorprender con un cometario machista o fuera de lugar, como ya ha pesado en ocasiones anteriores) del deporte femenino, lo que implica que esas denuncias que ya he mencionado anteriormente tengan mayor posibilidad de ser divulgadas, convirtiéndose en un canal para ejercer presión, y  con ello mayor oportunidad de obtener respuesta a las exigencias.

 En consecuencia, vivenciar el mundial femenino sub-20 es un acto político porque permite la creación de espacios para compartir entre familias, amigas y amigos; experimentar emociones y fortalecer las relaciones interpersonales a partir de reunirse a ver en una pantalla un partido de fútbol jugado por mujeres, que de por sí ya es un acto que “rompe los estereotipos del mandato de ser mujer” (Ardila, 2023).

Después de todo, el fútbol practicado por mujeres y disidencias del género es un acto político porque nos permite ver que aún hay mucho camino que transitar y luchar. Que es un espacio en él se deben exigir garantías laborales para las jugadoras, así como realizar trabajos para erradicar la estigmatización.

Finalmente, la apuesta es por convertir el fútbol en un espacio que fomente la paz y el tejido social.

Bibliografía

A las patadas: Historias del fútbol practicado por mujeres en Colombia desde 1949. (2023). Colombia: Editorial Pontificia Universidad Javeriana.

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