Con “la llegada de los 500 años” a Santa Marta, no para de sonar en mi cabeza, V centenario de Los Fabulosos Cadillacs.

El quinto centenario, no hay nada que festejar
Latinoamericano descorazonado
Hijo bastardo de colonias asesinas
Cinco siglos no son para fiesta
Celebrando la matanza al indígena

Falsos estandartes en las carabelas
Cruzando océanos, la decadencia
Hispanoamérica se viste de fiesta
Celebrando la matanza al indígena

Juventud de América, no debemos festejar
Colonia imperialista teñida de sangre
Sangre nativa, sangre de la tierra
Donde el indio nació y no pudo conservar
Donde el indio murió y creyó en sueños de libertad”


Una canción que lo dice todo de la forma más clara. Nos hemos preguntado alguna vez, ¿tiene alguna migaja de honor o dignidad, el hecho de hacer una fiesta anual para ridiculizar y bailar sobre la sangre y el dolor de los verdaderos sabios ancestros, que fueron abusados, torturados y masacrados, en formas que ni siquiera podemos imaginar? ¿Qué clase de orgullo podemos ostentar, al enaltecer asesinos y criminales de toda índole, llamándolos fundadores y presumiendo la herencia de una cultura egoísta y enferma en todo sentido? ¿De verdad le creímos al sistema educativo primario y a sus manipuladas clases de historia, a tal punto que salimos con algarabía a embriagarnos en las calles y derrochar esas limosnas que llamamos salario?

Me avergüenza un poco el encontrar satisfacción al despertar con resaca y romantizar el amanecer con las calles de la “amada” Santa Marta. Calles rebosantes de basura, botellas de alcohol vacías, alcantarillas tapadas, el mar completamente infestado de plásticos y colillas de tabaco. La fauna marina escapa de nosotros con gran repudio, al igual que un sinfín de especies de aves, gatos, perros y demás animales que permanecen escondidos aterrorizados; porque con euforia desaforada y actitud cavernícola, reventamos petardos en el cielo sin tener la más mínima consideración por quienes no son nosotros, los borrachos escandalosos del ecosistema.

No sé si nos quede tiempo o valentía para reflexionar. Desearía tener algo de optimismo y pensar que es posible cambiar la visión y el concepto que tenemos sobre nuestro territorio, nuestra cultura, patrimonio y herencia. Si antes del apocalipsis nos tomamos un tiempo para lamentarnos y llorar por el hecho de haber despreciado y traicionado nuestras raíces de la forma más visceral, replicando el comportamiento de matar y torturar todo lo que tenemos alrededor. Al mismo tiempo que con ignorancia llenamos los bolsillos de los herederos colonialistas (los que venden el trago, el cigarro y las drogas) y nos despedimos haciendo venia a la estatua de Bastidas, que se posa plácidamente a ver el atardecer en la bahía más hermosa y ensangrentada de América.

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