La presente discusión, aunque lo aparente, no es solo geográfica. Si así fuera, perderíamos el foco de la intención teórica: abordar analíticamente la noción de “los sures”, muy en boga en estos tiempos de decadencia disciplinar y, en consecuencia, de esfuerzos por una descolonización epistémica. Se trata de preguntarnos, como alguna vez un estimado colega frente al mar Caribe que baña al Distrito de Santa Marta me inquirió: ¿Cuándo hablamos de los sures, incluimos allí al Caribe? Desde entonces, tal duda quedó retumbando en mi cabeza sin respuesta concreta; y es que, ante el incipiente cliché de “surificar” los territorios subalternizados por el occidente moderno, pocas veces nos detenemos a plantear ¿Dónde surgió dicho sur?
Si bien la anterior cuestión implica el ámbito de lo geográfico, es clave comprender que “el sur” del que hablamos también tiene que ver como un modo de ser/hacer/sentir, atravesado por relaciones de poder transnacionales instauradas por procesos históricos que posibilitaron la emergencia de disputas antagónicas en su devenir, las cuales producen puntos de partida identitarios sobre por qué somos lo que somos. Ya lo dijo el maestro Dussel, la relación que se entabló en el siglo XVI entre Europa y lo que se vendría a llamar el continente americano, fue el punto de partida para narrar algo tan vasto como lo es la modernidad, un sistema de conocimientos y prácticas que posteriormente delimitó al mundo entre el norte hegemónico y el sur global, hoy en crisis ambos.
Visto así, los sures —respecto al norte global— serían territorios antropológicamente supeditados, aunque resistentes, a los designios epistémicos de un modo particular de vivir/habitar el mundo: el del ego conquistador. Tal orden de las cosas tuvo un origen histórico/geográfico muy bien definido: las islas del caribe, también categorizadas como las Antillas. Y es que, es sabido que Colón, en su aventurerismo marítimo, se topó con esas tierras bañadas por hermosos ríos y de grandes riquezas, un paraíso “edénico” que, con el trabajo forzado del esclavismo, más otras prácticas deleznables, se transformó en un verdadero infierno. Los extensos sembradíos de caña, por ejemplo, fueron un objeto representativo que moldeó esa nueva forma de vivir/sentir/habitar el territorio, la cual se exportó desde grandes barcos hacia el tal nuevo mundo. Con una preponderancia económica basada en un modelo de producción extractivo, tal lógica se hizo cada vez más extensiva, reproduciéndose mañosamente entre las gentes locales.
Entonces, si grosso modo nos ceñimos a esa versión de la historia, tal como viene contándola la escuela de pensamiento decolonial, el Caribe (que aún está en discusión y con unos límites geográficos nebulosos) sería epicentro del surgimiento de un paradigma ontológico/epistemológico que ha devenido en lógicas/prácticas fundamentadoras de una grave crisis civilizatoria global en nuestros tiempos. Por esto, aunque los estudios más pomposos sobre tal crisis enfoquen sus miradas en territorios continentales, en buena parte como efecto de los resultados que arroja el modelo capitalista de explotación de la tierra y de la humanidad, ese Caribe no deja de ser protagonista de la historia que hoy se relata como una pugna mundial entre el Norte y Sur global. El Caribe también es Sur, de hecho, a día de hoy desde allí comienzan a emerger grandes elementos crítico-teóricos para hacer frente a una crisis que en esencia no produjimos, algo que puede ser sustentado incluso estadísticamente.
Los grandes focos de contaminación de la atmósfera, en buena parte generados por la mega industria capitalista devastadora de las riquezas naturales para tornarlas en dinero (valga decir, cada vez más concentrado en menos manos), no se encuentran, en rigor, en el sur que discutimos. Más bien, dicho sur no deja de ser la “tierra edénica” de la que se sustrae materia prima para transformarla con complejas máquinas en productos luego consumidos por gran parte de la humanidad. La relación extractiva no ha mermado. Y el Caribe, en tanto Sur, no ha dejado de ser pensado desde aquella lógica colonizadora donde el paraíso terrenal se sucedía de fulminantes explosiones: guerras fratricidas, minería con fines de exportación, pauperización (o sencillamente explotación) laboral y periferia del conocimiento hilvanado en los centros hegemónicos de poder.
Pero ahí vamos. Ese Caribe del que se habla poco, pero se vive mucho, hoy intenta desde sus múltiples lugares, desde su polirritmo caótico-neutral, esgrimir estocadas de liberación que en clave intercultural posibiliten la superación anhelada del ego conquistador, ese que se caracteriza por imponer lógicas de conocimiento y prácticas de explotación, dominación, en fin, de apropiación monopolística. Y esto podría deberse a que el norte global ha notado un hecho en nuestro favor: escasean las soluciones modernas para los problemas producidos por la modernidad. La implicación directa es que quienes históricamente fuimos supeditados hoy liberamos voces que emergieron a la par que se configuraba la crisis: clásicamente la de Felipe Guamán Poma Ayala o Bartolomé de las Casas; en nuestros tiempos, la de Cayetano Torres o Francia Márquez. Se viene el estallido de la modernidad, tal situación era previsible.
Desde el caribe colombiano seguiremos narrando la colisión, pero comprometidos con una construcción epistémica-ontológica: la del sur.