Celebrar los 500 años de Santa Marta genera una inquietante tensión moral, por una parte, estos eventos son vistos como hitos conmemorativos. No puede verse olvidada ni ignorada esa historia, esa colonización que representa un momento desolador para los pueblos indígenas. Olvidar implicaría borrar ese pasado horrorizado por la conquista.
La indiferencia resulta ser un fenómeno que a menudo pasa desapercibido, pero se hace evidente, y más en este caso, cuando Santa Marta se prepara para conmemorar estos 500 años. En lugar de una celebración vibrante y participativa que refleje el profundo aprecio por su rica historia y su legado cultural, es buscar reflexionar sobre esos resultados de colonizadores. El aniversario de su fundación parece estar marcado por una sorprendente indiferencia hacia el legado de la colonización que forma parte integral de su historia.
Esa indiferencia que camina hacia el festejo, en parte, representa una falta de atención hacia los impactos de la colonización: la explotación de los recursos, la alteración de las culturas locales y la imposición de un nuevo orden social. Este momento me recuerda y resulta evidente el olvido de la historia real de Santa Marta. El pensar celebrar es olvidar la lucha y como los pueblos indígenas y afrodescendientes fueron sometidos violentamente, considerando sus culturas como inferiores, además que sus cosmovisiones fueron en gran parte eliminadas.
Hoy en día, en el afán de publicitar y buscar esa aprobación de lo que se hace, lo que se termina reproduciendo es esa historia de lo que en realidad se vivió, disfrazada de olvido, buscando una adaptación narrativa que resulte cómoda y aceptable para hoy. Esto, no solo oculta el sufrimiento real que atravesaron los pueblos originarios durante la colonización, sino que perpetúa de manera sutil y continúa las mismas dinámicas de poder que dieron lugar a esas injusticias. Es cuestionable esta forma de recordar y celebrar la historia, en busca de esa aprobación se impide esa reflexión crítica que permita recordar los horrores del pasado.
Por último, en lugar de estar en la posición de celebración, necesitaríamos cuestionarnos nuestro pensamiento arraigado a la relación con la historia de Santa Marta y su historia heredada, pudiéndonos cuestionar de forma real esta historia que por desagradable que sea, es lo que hace hoy a Santa Marta. Al celebrar, se corre el riesgo de pasar por alto el sufrimiento del pasado; reconocer y recordar las injusticias es un paso inicial hacia el proceso de restauración.