De niña siempre pensé que la Historia era aquella que difería entre héroes y villanos, y que solo era para seres con recorridos durante sus estadías terrenales. Ambas cosas me hacían creer que mi vida nunca tendría una historia, pues mis propias experiencias familiares colocaban frente a mis ojos ese déjameestar de comodidad que nunca me hacía cuestionarle a los demás quiénes eran o quiénes llegarían a ser. Pues, ¿Qué incide en los humanos a quedarse quietos?
No tomaré los sucesos de la niñez, aunque hayan proporcionado las bases de la fortaleza interna que anima la construcción de mi ser, y que será consumada hasta el fin de los días; pero sí tendré en cuenta cómo el universo en su majestuosa inmensidad me condujo al destino de la Antropología.
A la edad de 10 años tuve mi primera crisis existencial, no sabía quién era ni qué papel jugaría en este mundo, pero eso me generaba una angustia que no se explicaba con las emociones que experimentaba en ese momento. La decisión fue decirle a mi papá: “No me siento de este mundo”, sin embargo, él no supo entenderme, aun no lo hace; pero sus abrazos y las muchas invitaciones a comer butifarra y orejitas de puerco detrás de la Olímpica eran nuestros momentos de compañía y felicidad. Aquella crisis se apagó de repente, quizás los ángeles que me protegen se dieron cuenta que era muy pequeña para cargar con todo eso.
Por aquel entonces también acepté el catolicismo por influencia familiar e hice la primera comunión como a los 12 años, pero solo por los regalos, la celebración, la comida y la reunión familiar. La confirmación no la hice porque mi madre tampoco la hizo, y como el diablo no se la llevó a ella, a mí tampoco me lo haría. El vacío del alma empezó a florecer, las dudas de ese dios cristiano nacían y el fastidio a las iglesias me invadía tanto las venas que no soportaba ver ni los adornos de sus santos.
Durante el tiempo que estuve en el bachillerato me formé principalmente en habilidades de química, física, tecnología y filosofía. Parte de lo que me motivó en primera instancia a ser científica era verme con la bata de laboratorio y todo el conocimiento que disponía con solo vestirla, y así fui excelente en los temas de alquenos, alquinos, programación y pensamiento crítico. Pero esa niña de 15 años desconocía lo que le esperaba.
Me gradué en el 2017 con un puntaje ICFES que no me permitió entrar en el pregrado de Geología o Química, sin embargo, mantuve mi amor por la tierra y todos los minerales de los que se compone, es más, aquí empezaron a forjarse otras formas de relacionarme con el entorno bajo la influencia de la espiritualidad, la astrología y la brujería. Todo un componente de creencias que me mantienen en este espacio presente de la vida.
Para el año 2018 aún no había iniciado un pregrado, mantuve inscribiéndome en muchas universidades en los programas antes mencionados, pero en ninguna pasé. Con 17 años recién cumplidos la desesperación era eterna, pero con las dichas de la vida en el mes de noviembre empecé una serie llamada Bones que trataba sobre una antropóloga forense enamorada de su trabajo, y su esposo, un investigador policiaco que incendiaba los deseos de mucha inteligencia, compañía y compromiso. Esta serie me enamoró de las ganas de ser escritora y antropóloga: busqué en Google qué era eso de la Antropología, cuántos programas existían en Colombia y dónde podría trabajar. Parecen vainas de locos, pero el universo se colocó en la tarea de decirme que este era el camino por seguir.
Mi madre y padre pagaron el pin de inscripción en las universidades del Cauca y Magdalena, pasé en la del Magdalena, y me sentí realizada. Preparé las maletas, los útiles escolares y el hospedaje en la ciudad de Santa Marta… solo faltaba el apoyo de mis papás, que eventualmente llegó. Fue así como emprendí esta experiencia hacia el primer semestre del 2019.
De la mano de una profesora experta en temas de campesinado y territorio tomé mi primer curso de la carrera: Fundamentos de Antropología. Con ella también hice mi primer trabajo de investigación que fue con trabajadores de los café internet, para mí fue muy significativo sentarme a escribir y recordar cómo salía sola a realizar las entrevistas. Presentarle a ella las reflexiones de mi primera salida de campo que fue en Mompox, también fue primordial: esa forma de escritura me enseñó a englobar hasta el mínimo olor percibido… esa reflexividad que, si bien te la presentan en varios textos teóricos, realmente nace desde nuestra visión del mundo, y estoy completamente segura de que ha estado reflejada en cada reseña o trabajo que realicé durante los cursos posteriores.
Así mismo, llegaron las clases con un docente que parecer ser que ha tocado la vida de muchos estudiantes, incluyéndome a mí. El curso era métodos en antropología social, recuerdo esas primeras clases y no puedo estar más agradecida con él. Su frase típica era: “Chinos, si no les gusta escribir, sálganse, si no le gusta leer, sálganse”. Aunque solo queda en anécdota de aquellos jóvenes que fuimos, sus enseñanzas retumban en mi quehacer antropológico, su manera de hablarnos de la identidad nos cautivó, y fue el precedente en la búsqueda de mi razón de ser en esta etapa hermosa de la vida. Las identidades son el fuerte de toda relación social con nosotros mismos y con los demás. Tal vez por ello mis mejores amigos son fundamentales en la Valentina de hoy día, ¡les debo tanto!
Más adelante entró la pandemia, nadie quiso saber de las clases. Yo solo avanzaba porque no quería retrasarme, aunque sé que fue un apagón de la humanidad que aún sigue mostrando sus estragos. En el semestre 2021-2 gracias al trabajo, la dedicación y el amor a esta casa llamada Oraloteca, este docente me tuvo en cuenta para lo que me está abriendo muchas puertas: el cambio climático, la tierra, las personas, las identidades… aquello que siempre fue lo mío. Seguí con mis semestres y pude terminar excelentemente el plan de estudios, también obtuve el primer contrato de trabajo con La Universidad de Marburg en Alemania, ¡vea, más feliz que 10 felices no he estado nunca! Y saber que seguiré esa línea de investigación agrega más felicidad. Verme a través de mis ojos como antropóloga tranquilizaba mi corazoncito y el saber que me acompañarán en cuerpo y espíritu esas personas que quiero, mucho más todavía.
Pero como no todo es armonía, junto a esas salidas de campo donde todo lo leído, debatido y sentido se iban poniendo en práctica, también llegaban momentos de mucha introspección, donde uno se equivoca y aprende. La Guajira sana, enamora, junta y transforma, pero recuerdo esa noche en una salida de campo en donde solo pensaba que todo lo construido se iba por el caño. Luego de ese episodio cuestioné al cielo el por qué no me mostró algo que me hiciera levantarme de aquella mesa, y que nada de lo sucedido tuviera oportunidad bajo la tierra. Pero la cuestión es que el cielo sí se comunicó, y fue por medio del miedo. Aquella noche mi cuerpo se sentía enfermo, él sabía que algo iba a pasar. A la mañana siguiente, al regreso a Santa Marta, todo estaba lejos: los regaños, las faltas y el desequilibrio que creamos fueron como un escarmiento para reflexionar si de verdad quería ser primeramente persona, y después, antropologue. Es un sentimiento de lejanía postrándose delante donde solo ves tu vida pasar, pero no te da permiso de moverte.
Este fue un momento dónde resultó crucial ensayar y sentir qué tanto limitar y qué tanto liberar en circunstancias personales y profesionales. De ahí, las oportunidades junto a las decisiones de continuar en el grupo fueron las que cambiaron el rumbo de lo que venía, pues organizamos un congreso de cambio climático que dio el espacio, la oportunidad y el momento de hablar con esa persona, ese amigo… que conocí en La Guajira y pedirle disculpas por todo lo que pasó. Él lo entendió tanto que su perdón se vio en sus ojos. Le aprecio mucho, le agradezco mucho.
Así que, viéndolo bien, todos los cuerpos mundanos tenemos algo que contar para ir logrando interconectar todos los sucesos que buscan escribir el futuro que nos espera.