Tierra mi cuerpo
Agua mi sangre
Aire mi aliento
Fuego mi espíritu
Canto Yanacona ofrecido a las madres ancestrales
(Davis, 2021, Pág, 67)
El libro río Magdalena de Wade Davis es un descubrimiento poético que pone de relieve la sacralidad de uno de los ríos más importantes de Colombia. Este viaje inicia en la Sierra Nevada de Santa Marta como lugar histórico de los Tairona que huían de la conquista española hacia el corazón del mundo y nos lleva hacia el macizo colombiano donde el agua nos entrega la familiaridad de la cultura muisca y las culturas olvidadas antes de la conquista española y durante la expansión del imperio Inca. Un gran trabajo de documentación exalta no solo las bondades geográficas y naturales del camino, de la corriente alrededor del río, sus gentes y pobladores, la diversidad de identidades e historias que han tejido la nación y que siguen también pidiendo memoria.
El texto está escrito más que como una etnografía como una película en tres dimensiones que desde una rigurosa profundización histórica de archivos de múltiples fuentes y dominios de saber nos hace vivir la experiencia del río en tiempos, con personas, con cambios geográficos diversos y con el enlace cruento de la violencia tejido incluso desde el origen de los mitos más buscados como la Leyenda del Dorado. Lo que encontramos en este homenaje a la historia colombiana antes de la conquista es un aporte enorme a la reescritura de nuestros nombres, de nuestros orígenes y nuestra identidad, una apuesta por decolonizar el imaginario del Magdalena que cruza todo el país, sin pretender convertirse en una militancia decolonial, sino por el contrario poniendo de relieve todo lo que desconocemos como colombianos y como colonizados, todos los nombres borrados de la historia.
La breve oración que cito como epígrafe es una de las joyas que retrata este texto. Una oración entregada a las deidades del sol… Esa ritualidad presente en el camino que nos va trazando el autor a través del agua y en búsqueda de sus orígenes también nos revela los nombres que los Tairona le tenían antes, en la lengua de la familia lingüística chibcha la voz de mamo Jaison Pérez Villafaña nos entrega esta luz renombrando o abriendo la grieta para poner la ofrenda del agua con los nuevos nombres: Guaca-Hayo, Karakalí, Kariguaña,, el mismo linaje filológico tiene otro nombre que le pusieron los muiscas al río: Yuma o “Río del país amigo” y es que aquí comprobamos que tal distancia entre andinos y costeños no existe cuando en la etimología indígena nos revela nuestra unión por la sangre, por el agua del río que es arteria del cuerpo país.
Otro nombre propio supremamente poderoso es que el dan los indígenas a los españoles, les llamaron uchies, el vocablo con el que se referían los muiscas a los invasores, conjunción de usa (sol), y chía (luna) (Davis, 2001, Pág. 77) quienes habían sido enviados por el creador para castigarlos por sus pecados. Dice Todorov en La conquista del otro que Colón se cerró a interpretar, negó la alteridad, se negó a aprender la lengua de los Tahinos. En este caso, El río Magdalena nos presenta los nombres perdidos de esa negación de la alteridad con el detalle que solo los mejores expedicionarios y cronistas desde este lado de la historia pudieran haber escrito si la escritura fuera su tecnología. Wade Davis (2001) excava en lo profundo de una arqueología cultural sobre nuestra colombianidad más negada, sin idealizar a los pueblos, sin disfrazar la historia, el retrato nos es revelado con sus lugares, paisajes, geografías, sentires y personas.
A la altura del Macizo colombiano y atravesándolo hacia San Agustín la gente se refiere al río como Guaca-Hayo, el río de las tumbas. Desde la cordillera hacia el mar este lugar ha sido el tránsito de arqueólogos y antropólogos que con sus descubrimientos solo en el siglo XIX se vio la importancia de estas ruinas. Los megalitos más importantes de Colombia se encuentran aquí y nos dejan ver la importancia ritual del río para las comunidades indígenas prehistóricas.
La noción de “domar al jaguar” nos transforma el sentido del río. Pasamos de observar las aguas del río de la muerte, de las tumbas, de las batallas y luchas a presenciar la transformación. La ritualidad de las tumbas baña al río Magdalena de una alquimia prehistórica que parte del conocimiento de la naturaleza donde “Los impulsos más salvajes, como los del mundo de la naturaleza, deben ser frenados para que sobreviva cualquier sociedad” (Davis, 2001, Pág 95). En “El estrecho” el Magdalena se vuelve entonces un río de la vida. Un niño que “parece estar, aunque sea por un corto intervalo, bajos las ordenes de un profesor estricto” (Davis, 2001, Pág 95). Con estos ídolos el Magdalena se transforma geográficamente a lo largo de la historia y de sus significados en el río de la vida.
“Pescar en el valle de las Tristezas, es cosa del pasado” (Davis, 2001, Pág 112), nos dice Davis. Me hace pensar Pier Paolo Pasolini, en el bello ensayo de Georges Didi-Huberman (2012) La supervivencia de las luciérnagas, en donde busca a lo largo de distintos periodos los efectos de la guerra y los cambios vertiginosos del mundo en las luciérnagas que le rodeaban al vivir la geografía de su infancia. El Magdalena se está muriendo por la sedimentación, los vertimientos de desechos tóxicos en la sangre del país, en la vida espiritual del cuerpo Colombia se hace evidente. El libro se nos presenta como una gran consciencia moral de aprender sobre nuestro Magdalena “a conocer los estados de ánimo del río, reconozcan su poder, entréguense a su fuerza y sean agradecidos con lo que el río les ofrece” le dice Argemiro a William, uno de los expertos que acompaña a Davis en su recorrido por el Magdalena Alto.
El Valle de las tristezas es un homenaje también a la vida y obra de José Eustasio Rivera quien en su novela la Vorágine pretendiera el retrato y la denuncia del extractivismo en la Amazonía colombiana, se profundiza en los acontecimientos de nueva Venecia, donde observamos la superación de masacres impensadas de aquello que algunos llaman la cultura anfibia, otros nombres del río aparecen, los del pueblo que falta, el de la memoria.
Este libro nos ofrece un retrato multidimensional y atemporal de cómo la geografía colombiana puede ser el lugar de la vida y la exhuberancia de los paisajes y al mismo tiempo de la muerte y la desaparición de sus habitantes por temas territoriales y del conflicto y el narcotráfico que aún no se resuelven y que siguen manteniendo el río como un enorme valle de tristezas.
Davis Wade. Magdalena. Historias de Colombia, Colombia, agosto del 2021, Editorial Planeta Colombia.