Reconociendo que los saberes locales son la producción lógica con la que los sujetos definen su relación con los contextos, el poder y el territorio, partimos metodológicamente por generar espacios, perspectivas y herramientas que faciliten dialógicamente la comunicación entre la academia, la vida y la producción social de la realidad, reafirmando que más allá de devolver o extraer, se busca realimentar la relación horizontal en la producción, visibilización y reivindicación del conocimiento, aportando sustancialmente a la comprensión, defensa e intermediación de los mismos.
La Oraloteca como orilla de investigación, difusión y documentación de las expresiones y narrativas orales del Caribe frente al conflicto, los derechos y la resistencias territoriales, sociales y culturales se ha hecho consiente en su andar que hace falta más que un plan de trabajo, unas herramientas, unos conceptos y autores encapsulados en las metodologías tradicionales para enfrentarse a los avatares de un campo cada vez menos óptimo y más incierto. (Ardila, 2012)
Como investigadores, activistas, estudiantes, nos hemos lanzado de cabeza a los ejercicios de campo, a las salidas pedagógicas, a los encuentros con “ese otro” donde por ingenuidad o ansiedad nos hemos embutido de información que ágilmente tratamos de codificar en nuestras herramientas (los diarios, las entrevistas y hasta los videos) creyendo que hacemos de una forma “correcta” nuestro trabajo; pero la experiencia y los desaciertos nos han enseñado que reflexionar o discernir sobre esa realidad está mucho más lejos que el sobre saltar la espectacularidad de esas narrativas, de esta observación de campo; el reto y la verdadera hazaña está en situarnos frente a ese otro y reconocer que la experiencia es un reconocimiento sensorial-emocional de la vida, que el conflicto deja huellas más allá de los apoteósicos hechos violentos que escuchamos, que en los silencios, en el aire, en la sonrisa ausente radica el tiempo y sus cambios y que la realidad del sujeto que esta frente a nosotros no es tan distante de la construcción de nuestra propia realidad como investigadores y que desde ella se define nuestra forma de entenderle y adentrarle, que el ejercicio de campo pasa por el reconocimiento de lo que se siente en relación directa con lo que se piensa.
Por esto entre mucho más, le apostamos a la aplicación de estrategias metodológicas que desde la fragilidad de la emoción, el cuerpo, la imaginación, el sonido, la oralidad y la escritura, nos otorguen herramientas de fortalecimiento, acompañamiento y de los discursos, narrativas y propuestas para su comprensión, denuncia y en algún lugar lejano su transformación.
Si bien gran parte de nuestros investigadores y estudiantes le apuestan a una antropología que les permita entender y comprender la realidad, otros tanto reconocemos que la acción política como acción de la vida y la academia es un ejercicio que no escapa a nuestras formas de construir y producir conocimiento -en el marco de la investigación- pues el resulto del encuentro metodológico arrojará sustancialmente la vicisitudes políticas en las que se condicionan los significados de las acciones propias y colectivas, así como de lo que ellas se desprenden para resistirles, contrariarlas o sobrevivirles.
Frente a este contexto, como grupo nos encontramos sorteando caminos metodológicos que dispongan la investigación y la producción social del conocimiento académico – en el sobreponer[1] los saberes y experiencias territoriales, en escenarios de discusión y narración de la historia y la situación actual de la región y el país, – subrayando en ello sus formas de resistencia como de interlocución; dando cabida justo ahí a la exploración de la participación como la posibilidad de articulación de la investigación y los saberes locales para enunciarse frente al diagnóstico, mediación y trasegar de sus necesidades e intereses, aquí se erige el espacio vital y relacional con el que los individuos retroalimentan, revierten y viven sus contextos.