Este escrito es una adaptación que hace parte del Hausarbeit (Medien und Kultur in Lateinamerika) del curso: Arte y activismo: Herramientas de lucha de los feminismos latinoamericanos.
Lerber Dimas Vásquez
Rheinische Friedrich-Wilhelms-Universität Bonn
El feminicidio en el distrito de Santa Marta -departamento del Magdalena- al Norte de Colombia, es uno de esos fenómenos violentos en crecimiento del que poco se habla y, así como lo plantea Russell & Harnes, (2001) “se caracteriza por el no esclarecimiento de los casos, la falta de acceso a la justicia, a la verdad y a la reparación del daño”. Además de esto, la impunidad en el tratamiento del feminicidio es también producto de una memoria de la violencia de género construida por una colonialidad del poder. Esto quiere decir que la fragilidad de la memoria sobre la violencia de género, o la amenaza a una memoria sobre este delito ha sido apropiada o suprimida. A esto se refiere Todorov cuando habla de los regímenes totalitarios: “las huellas de los que ha existido (citando Todorov a Levi) son bien suprimidas, o bien maquilladas y transformadas; las mentiras y las invenciones ocupan un lugar en la realidad por lo que se prohíbe la búsqueda y la difusión de la verdad” Todorov (1995).
La violencia contra las mujeres ha existido siembre y son varias las tesis que tiene mayor trascendencia y desde las cuales se permite hacer un abordaje a este fenómeno violento y una justamente tiene que ver con la historia de la colonización. Quijano (2000) en Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina plantea que:
«Uno de los ejes fundamentales de ese patrón de poder es la clasificación social de la población mundial sobre la idea de raza, una construcción mental que expresa la experiencia básica de la dominación colonial y que desde entonces permea las dimensiones más importantes del poder mundial, incluyendo su racionalidad específica, el eurocentrismo. Dicho eje tiene, pues, origen y carácter colonial, pero ha probado ser más duradero y estable que el colonialismo en cuya matriz fue establecido. Implica, en consecuencia, un elemento de colonialidad en el patrón de poder hoy mundialmente hegemónico”.
Para Gayón (2015) “el abordar la especificidad de una región que tuvo una historia de colonización, una inserción en el capitalismo como proveedora de materias primas y mano de obra, y que atravesó por procesos múltiples: evangelización, esclavitud, guerras de independencia, guerras civiles, dictaduras, etc., nos permite acercarnos a la problemática y Santa Marta, reúne casi todas estas características que se pueden rastrear, incluso desde antes, por ser “la primera ciudad fundada en el actual territorio de Colombia, pero su historia empieza mucho antes de 1525, año en el que oficialmente Rodrigo de Bastidas fundó la ciudad” Viloria de la Hoz (2022).
El presente escrito apela a cifras y casos para evidenciar lo anteriormente dicho, no obstante, debe considerase que los métodos cualitativos y cuantitativos de producción de conocimiento pueden hacerle juego al patriarcado visceral y misógino que pretende ocultar y controlar la memoria sobre las violencias de género.
El feminicidio sucede en condiciones de dominación de género, clase, raza, etnia, edad, condición física y mental, Lagarde y de los Ríos (2001) y este concepto de dominación es supremamente importante porque parte del “derecho” que tiene el otro a partir de una imposición colonial, que se construyó con base en la desigualdad, porque las mujeres están en constante sometimiento, porque la masculinidad se valida con soberbia y poder y, porque al mismo tiempo, está construida para responder con violencia ante lo que disgusta o no cae bien. En cambio, las mujeres, desde niñas, están siendo formadas para aguantar cualquier tipo de violencia y no responder porque eso no es “propio de mujeres bien puestas” y “no se puede igualar en las mismas condiciones del macho dominante”. Bajo esta perspectiva de dominio, todo homicidio contra una mujer es: feminicidio y punto.
Miremos algunos casos: en el 2016, fueron asesinadas tres mujeres con tiro de gracia en Santa Marta, en uno de los barrios que históricamente ha sido controlado por el paramilitarismo: Garagoa. Había una particularidad en este crimen: se trataba de mujeres que ejercían el trabajo de «actividades sexuales pagas». Nadie habló de la condición de miseria y dolor; nadie se pronunció, salvo algunos medios sensacionalistas para acrecentar el morbo y, algunos otros, lo hicieron tenuemente para registrar la noticia más no para generar la reflexión. Sáez, Valor-Segura, & Expósito (2012) plantean que: “esto es una forma de menospreciar a las personas y, en este caso, a la mujer, es cosificándolas, tratando al sexo femenino como objetos que se pueden usar a conveniencia, sin respetar sus sentimientos o pensamientos”. Fueron asesinadas por un poder oscuro que usó muchas veces su cuerpo para dominación y vejámenes, pero cometieron un “error”: le dieron escopolamina al suegro de un jefe paramilitar que hoy está en EE. UU., pagando una condena que ni siquiera corresponde a este caso y hoy, nadie recuerda este crimen atroz que está en total impunidad.
Otro caso: en el 2013 fue asesinada la rectora de un centro educativo en el barrio Galicia de Santa Marta, la encontraron atada de manos y pies y con signos de violencia, según la Policía. Tenía 23 años y goza también de total impunidad. Pero incluso, en el mismo 2016, cuando se da el asesinato de las tres mujeres en Garagoa, -mencionadas anteriormente- casi que, con un mes de diferencia, se produce el feminicidio, de la dueña y rectora de un importante y reconocido, plantel educativo de Santa Marta. Hubo un indiciado y capturado que luego salió por vencimiento de términos. Estos ejemplos simplifican un poco la realidad jurídica dentro de una pluralidad de mujeres violentadas.
En un hecho más reciente, pero no el único, un hombre asesinó a su esposa en frente de sus hijos, el día de la madre y quizá uno de los días más violentos y donde las mamás sufren más por los excesos de quienes van a regocijarlas. Lozano Lerma (2019) en un artículo sobre este tipo de hechos en Buenaventura, plantea una hipótesis: los y las que “desde la defensa de la familia y los valores tradicionales, lo ubican en el estricto marco de la violencia intrafamiliar o violencia de pareja, sobre todo cuando en boca de algunas funcionarias públicas y de lideresas ligadas a organizaciones evangélicas, insisten en explicar los feminicidios desde el exclusivo marco de la violencia intrafamiliar, pero no comprenden que se tratan de “abusos disfrazados de historias de amor” Hincapié (2011). De aquí que, en escenarios de criminalidad, la violencia intrafamiliar sea tan alta y los «crímenes pasionales”. En todo caso no se puede perder de vista que el feminicidio es un patrón criminal contra las mujeres.
Este delito aumenta en el contexto de la guerra cuando los actores armados que obligan a las mujeres a convivir con ellos -sin mencionar otras formas de violencias- y luego de que ya no las “necesitan las desaparecen o asesinan”. En estos contextos de criminalidad organizada, la violencia contra las mujeres se dispara, atravesado por valores patriarcales que se agudizan con la guerra; la relación entre armas y machismo; la dominación de los cuerpos y su naturalización; entonces, ya no es ejercida solo por criminales, sino en general por la sociedad. La implementación de un poder “legítimo” que controla va directamente relacionado. Gayón (2015) insiste que “el cuerpo femenino ha constituido, a lo largo de la historia, un lugar de escritura para delimitar territorio” y ese “universo de violencia contra las mujeres deja de ser un efecto colateral y se transforma en un objetivo estratégico” Segato (2014, p. 351).
“[…] Ella era mujer de planta del man, le lavaba, le cocinaba, lo cuidaba, prestaba guardia, dormía con él, como si fuera la esposa. Entonces vino el comandante Flaco y habló con ella y la convenció para ir a hacer un registro y más abajito estaba el Ejército. A nosotros se nos hizo como raro ¿cómo es posible que van a hacer un registro estando el Ejército ahí por los lados de Tigrera? Pero era que se iba a hacer una reunión entre el Flaco y el comandante del Ejército, no sé quién era el comandante»
«Estando nosotros ahí, se escucharon unos tiros, todo el mundo se azaró porque estábamos como a un kilómetro, pero el Flaco enseguida avisó por radio que tranquilos, que era una guerrillera que se había volado con un fusil. Lo que pasó realmente es que se la entregaron al Ejército y el Ejército la cazó como un animal y la mató y la pasó como guerrillera muerta en combate, el man quería abrirla para quedarse con otra” (Dimas, 2015).»
Ahora miremos un poco el feminicidio en las mujeres trans o el transfeminicidio. Y casos significativos en Santa Marta en los que, si por una parte hay una imposición de las lógicas que no permiten acercar el feminicidio ni siquiera a la violencia institucional, pues el caso de las mujeres trans, sí que menos va a trascender por el lugar o el discurso político-cultural en el que no existe la otredad y donde ni siquiera hay luchas que se entrelazan: “la violencia feminicida que viven las mujeres trans, el sistema sexo/género cobra especial relevancia, dado que ha tenido como consecuencia la vulneración de los derechos, la invisibilización de la violencia sufrida, la revictimización y la impunidad” (De Dios, 2020). Debido a esto solo nos puede quedar en la retina nombres: Ariadna Barrios, Patricia Dumond, Christina Cantillo y Betty. Entre muchas más.
Las cifras de este año no dicen nada diferente a las del año pasado y a las de hace cinco años: aumento drástico, consecutivo e impunidad. Hasta el 31 de julio de agosto, el departamento del Magdalena tiene 22 feminicidios en donde sobresalen, Santa Marta con 10 y el municipio de Zona Bananera con 3 y de hecho en las mujeres es tan creciente la inseguridad, que no existen lugares seguros, ni horarios y por lo general no pueden andar solas. Luego, adicional a la estructura de impunidad, está la noción de que el cuerpo puede ser destruido; por lo tanto, desde niñas hasta ancianas son objetos de todo tipo de agresiones en un territorio que normaliza la violencia y exonera a los hombres culpabilizando a quienes deben ser: blancas, delgadas, femeninas, delicadas, débiles, bien puestas y con el uso apropiado de ropa.
Para ir concluyendo, “el feminicidio dice mucho de las relaciones de poder entre hombres y mujeres, pero, sobre todo, dice mucho de la relación de los hombres con otros hombres” Segato, (2007, p.41) y en una sociedad justa, equitativa y plural, como la que se pretende construir en Santa Marta, el lenguaje y el discurso académico son importantes como también las manifestaciones de resistencias. En el 2011 y también en el 2014, dos estudiantes de la Universidad del Magdalena fueron asesinadas, por “robo” pero los objetos nunca fueron robados y claro: se extendió la información naturalizada que involucra al hombre cuando necesita demostrar su capacidad de dominación y es afectado en su ego, al no poder comprobar su condición física, sexual, económica o estándares de belleza y al sentirse “traicionado”.
La racionalidad política implica cambios paradigmáticos, en el postulado de construcción y ejecución de políticas públicas encaminadas en disminución de esta brecha. El discurso académico de la “descolonización” del pensamiento implica también llevarlo a un plano transformacional y por supuesto la ejecución y la persecución del feminicida, que no actúa, en la mayoría de los casos, de forma imperativa: básicamente las mujeres que han sido asesinadas radicaron múltiples denuncias, por maltrato físico, económico, verbal, psicológico y sexual; entre otros y tienen un factor común: son reincidentes dentro de un sistema que las condenó a la muerte.
Bibliografía
- Dios, V. D. (2020). ¿Por qué los asesinatos de mujeres trans también son feminicidios? Revista Digital Valeria de Dios análisis y opinión con perpectiva feminista, 6.
- Gayón, M. B. (2015). Feminicidio: The value of women’s bodies in the current Latin American context. Revista Pelícano, 6-18.
- Hincapié, L. M. (17 de agosto de 2011). Violencia sexual, delito invisible detrás del conflicto armado. El País.
- Lagarde y de los Ríos, M. (2001). Femicide in Global Perspective. Amsterndam: Teachers College Pres.
- Lerma, B. R. (2019). Asesinato de mujeres y acumulación global. El caso del bello puerto del mar, mi Buenaventura. En tiempos de muertes; Cuerpos, rebeldías, resistencias (pág. 432). San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México: Cooperativa Editorial Retos.
- Quijano, A. (2000). Colonialidad y modernidad/racionalidad. Argentina: Taller de Gráficas y Servicios.
- Russel, D., & Harnes, R. (2001). Femicide in Global Perspective. Amsterdam: Teachers College Press.
- Sáez, G., Valor-Segura, I., & Expósito, F. (2012). Is Empowerment or Women’s Subjugation? Experiences of Interpersonal Sexual Objectification. Psychosocial Intervention, 23.
- Segato, R. (2006). ¿Qué es un feminicidio? Notas para un debate emergente. Brasilia: Serie Antología No 401.
- Segato, R. (2014). «Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres». Revista Sociedad e Estado, 341-371.
- Vásquez, L. D. (2020). La Mano Negra en Colombia. Falsos Positivos II: Minca Sierra Nevada de Santa Marta. Asuntos del Sur, 4.
- Viloria de la Hoz, J. (9 de marzo de 2022). Banredcultural. Obtenido de Santa Marta: ciudad tairona, colonial y republicana: https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-223/santa-marta-ciudad-tairona-colonial-y-republicana