¿Vivir sin etiquetas?

Las etiquetas sociales son el resultado de un proceso de aprendizaje que busca comprender la realidad que nos rodea, a aquello que se considera diferente de sí, ya sea por su cultura, su edad, estatus social u otra condición. Pueden ser convicciones expresadas en palabras e imágenes, que logran generar emociones de desprecio e incluso miedo. Crecemos en un ambiente social lleno de etiquetas donde nos encasillan en todo tipo de categorías. Algo que llegamos a adoptar por la comodidad que nos brinda hasta cierto punto, que en muchas circunstancias se vuelve un limitante. ¿Qué seríamos sin todas las etiquetas que nos han puesto, que hemos adoptado? Las etiquetas levantan barreras, una necesidad de responder a ¿de qué lado estás?, definir ser o no ser.
No se trata de ser o no ser, sino de considerar la posibilidad de que no se tiene que elegir siempre, no estar siempre de un lado o del otro, ser uno/a u otro/a, o mejor ser uno/a y otro/a. Buscar definir cómo nos queremos sentir, desde el estar abiertos a aceptarnos y conocernos, desde la disposición de afrontar aquello que se presenta cada día, misma acción que atribuye y da paso a la construcción de la identidad, constructo de lo que realmente somos, desde contextos y vivencias propias.
En gran parte somos lo que somos por influencias del entorno social, partiendo de un ámbito familiar, hasta educativo y amistoso. Se nos da hasta cierto punto la libertad de elegir con qué nos queremos identificar, pero, así como elegimos también se nos llega a imponer, el “debes ser esto”, porque sencillamente eres esto y hay que seguir estos estereotipos (ambiguos), que independientemente de qué quieras, te identifiques o no, te vas a definir frente a otros por ciertas etiquetas que socialmente se establecen. Generalmente, en esta sociedad hasta cierto grado ignorante en la que vivimos, se percibe al otro inicialmente desde su apariencia física como primera impresión, donde asumen que, por medio de su forma de vestir, hablar, lenguaje corporal, si tiene tatuajes, piercings, si camina “raro”, etc. es tal tipo de persona y automáticamente se encasilla en una categoría. Por ejemplo, se establece que por ser mujer debes vestir de manera femenina, sentarte de cierta forma, hablar de cierta manera e incluso evitar practicar ciertos deportes por el único argumento de que está “hecho” sólo para hombres y al hacerlo, automáticamente asumen ciertas preferencias, infiriendo que porque te guste un deporte de tendencia masculina, también te gusta aquellas preferencias de los hombres; o también por ser hombre, debes pararte de tal forma, de la misma manera hablar de cierto modo, vestirte así y no así, qué colores usar y qué otros no, etc. Si no llegas a cumplir esas normatividades, se asume que algo está mal en ti y es la entrada a etiquetarte como tal persona dentro de x “categoría”. Las etiquetas delimitan el campo de expectativas, acerca de lo esperable y de lo posible.
¿Cómo nos percibe la gente de nuestro entorno? O ¿qué concepto tendrán de nosotros? Son incógnitas que en algún momento han pasado por nuestra mente y las respuestas llegan por sí solas, claramente, a largo plazo, tampoco vamos por la vida preguntando a toda persona que se nos cruce “¿qué piensas de mí?”. Construimos definiciones propias a raíz de lo que vivimos y de lo que escuchamos en cómo nos perciben los otros, pero es ahí donde nos cuestionamos si de verdad somos eso que otros dicen que somos. Muchas veces somos definidos en palabras que no nos representan, a tal punto llegarnos a sentir juzgados por el simple hecho de ser como somos, de no encasillar en una normatividad social en auge, de alguna manera con el solo hecho de ser diferente, así sea en un mínimo aspecto. No hay respeto en la “identidad” del otro, y nos vemos en el deber o si se puede decir, con el instinto de señalar porque lo vemos atípico.
Aparte de ser un prejuicio, puede ser asumido como una manera de reducir a otra persona. Quizás, independientemente de «la capacidad» que tienen algunos de decidir que les afecta o que no, de cierta manera influye en su «ser». Ahora pensemos en los que son considerados como «débiles» y cualquier cosa les puede afectar, las etiquetas que les pongas pueden ser algo que «lo acabe» o le complique más la vida. Su uso continuo puede generar afectaciones tanto en un plano físico como emocional y mental, incluso desde las relaciones interpersonales. Recordemos que, como seres humanos, somos mucho más que un estereotipo, no somos de una determinada manera estática, sino dinámica, donde hay una influencia en las acciones de diversos momentos, dependiendo de muchos factores: entorno, temporalidad, situación, etc.
Cada uno de nosotros estamos en la capacidad y autonomía de ser quien queramos ser, evitando las etiquetas que otros quieran imponer y así mismo evitando las auto-etiquetas que llegan a limitarnos, somos individuos en un continuo cambio personal, podemos ser de muchas formas distintas, una etiqueta puede definirnos en un momento determinado, pero no para el resto de nuestra vida. El punto está en no limitarnos, ni limitar a los demás a través del exceso de juicios. Sin embargo, como expresó Aristóteles “Somos más dados a juzgar que a explorar”.

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