MARYSE CONDÉ

“Cierta gente en Ilmorog, nuestro Ilmorog, me dijo que esta historia era demasiado desgraciada, demasiado degradante, de forma que debería ser arrojada a las tinieblas. Otros adujeron que como se trataba de algo tan penoso debería ser borrado para que no se derramaran lágrimas por segunda vez. Les pregunté: «¿Cómo podríamos cegar los pozos de nuestro jardín con hojas o hierba, haciéndonos creer a nosotros mismos que ya que no podemos ver los agujeros, nuestros hijos podrían corretear por el jardín a sus anchas? Dichoso es el hombre capaz de percibir los escollos en su camino y evitarlos…”

El diablo en la cruz: Ngugi wa Thiong’o

Hace apenas algunas semanas murió la escritora de Guadalupe Maryse Condé, lamentablemente sus libros no son muy conocidos en Colombia, pero están traducidos al español buena parte de sus novelas y cuentos. El epígrafe de otro escritor negro pero africano e igualmente poco conocido en Colombia me parece que responde perfectamente a las temáticas que aborda Conde en la mayoría de sus novelas. Su trabajo literario es un espejo de las injusticias sociales y las luchas que enfrentan las personas de ascendencia africana en diversos contextos históricos y geográficos. Además, Condé introduce una autocrítica incisiva de la comunidad negra, explorando temas como la falta de solidaridad y la autopercepción negativa.

Si bien empezó a escribir pasados los cuarenta años ya había recorrido física, espiritual y geográficamente buena parte de los territorios desde donde transcurren sus novelas y se desenvuelve su vida: El Caribe, Inglaterra, Francia, EEUU, Guinea, Ghana, Senegal y Costa de Marfil. Profesora de varias universidades prestigiosas de Francia como de los EEUU se convierte en una luchadora por la defensa de los derechos de los pueblos negros y “presido el Comité para la Memoria de la Esclavitud, creado en enero de 2004, para la aplicación de la ley Taubira que reconoció la trata de esclavos y la esclavitud como crímenes contra la humanidad en 2001”. A propuesta suya, el presidente Jacques Chirac fijó el 10 de mayo como día de conmemoración de la esclavitud, que se celebró por primera vez en 2006.

En todas sus obras y a través de sus personajes hombres y mujeres el racismo estructural, la discriminación y la violencia contra la gente negra están presentes. Muchas veces por fuera de los cánones narrativos impuestos por la gran literatura, Conde, como asegura en varias entrevistas, no escribe ni en francés ni en creole, escribe en maryse conde y esto le permite moverse entre la autobiografía, la ficción y la historia, sin ataduras y con el único propósito de denunciar así la denuncia sea contra ella mismo como lo expresa en su libro “La vida sin maquillaje” (2020) “Los lectores me preguntan a menudo por qué mis novelas están repletas de madres que consideran a sus hijos una carga difícil de asumir o de hijos que se sienten poco queridos y que se encierran en sí mismos. Resulta que hablo de mi propia experiencia. Yo quería con locura a mi niño, pero pese a ello, su venida a este mundo destruyó las esperanzas que cimentaban el edificio de mi educación; por añadidura, no veía capaz de satisfacer sus necesidades. En otras palabras, podría decirse que era una mala madre”.

Su obra, como su vida transcurren entre América, Europa y África y desde esos mismos espacios y territorios denuncia la situación de los pueblos negros:

«Yo, Tituba: Bruja negra de Salem» (1986) es una obra que reimagina la vida de Tituba, una esclava acusada de brujería durante los juicios de Salem. Condé da voz a Tituba, explorando su sufrimiento y resistencia frente al racismo y la violencia de una sociedad puritana y colonial. En la novela, Condé no solo expone la brutalidad de los opresores blancos, sino que también refleja cómo los negros a veces se vuelven unos contra otros, perpetuando la opresión que han internalizado.

 En «Segu» (1984), Condé narra la historia del Reino de Segu en África Occidental durante el siglo XIX. A través de los ojos de sus personajes, especialmente los miembros de la familia Traoré, la novela explora el impacto devastador del colonialismo y la trata de esclavos. La obra muestra cómo estas prácticas deshumanizadoras fragmentaron familias y comunidades, y perpetuaron sistemas de racismo y opresión. Sin embargo, también se observa cómo los personajes a veces internalizan el racismo y se comportan de manera destructiva entre ellos mismos cuando las ideologías se contraponen en este caso el islam con las religiones animistas africanas.

En «Corazón que ríe, corazón que llora» (1999), una colección de relatos autobiográficos, Condé reflexiona sobre su infancia y juventud en Guadalupe. A través de estas historias, ofrece una visión profunda y personal del racismo y la discriminación que experimentó. Condé relata cómo, desde una edad temprana, se dio cuenta de las divisiones raciales y de clase dentro de su propia comunidad. Por ejemplo, describe cómo los propios guadalupeños a veces mostraban prejuicios contra aquellos de piel más oscura, perpetuando actitudes de autodesprecio: Los supernegros, como los denomino la autora a esa mínima clase social de negros pudientes y que su hermano los llamaba cínicamente lo alienados y en donde su madre es la principal gestora del arribismo y vacío del negro rico de Guadalupe, situación que la causo muchos golpes en su vida como el del encuentro que narra con una niña blanca en su isla natal en donde la joven adolescente la golpea y maltrata solamente por ser negra.. En estos relatos, Condé también critica la falta de solidaridad y apoyo dentro de la comunidad negra, evidenciando cómo estas divisiones internas pueden ser tan dañinas como la discriminación externa.

En «La vida sin maquillaje: Memorias» (2012), donde Condé recurre a su propia vida para ilustrar las experiencias de discriminación racial que ha enfrentado. Sus vivencias personales en diversas partes del mundo, desde París hasta Estados Unidos pasando por Ghana, Costa de Marfil, Nigeria, ofrecen una mirada íntima y dolorosa sobre cómo el racismo afecta a nivel individual y colectivo. Condé no rehúye criticar a la comunidad negra, ni a algunos teóricos de lo negro al tener la posibilidad de ver, hablar y hasta decepcionarse de importantes personalidades del mundo negro: Kwame Nkrumah (expresidente de Ghana) Amilkar Cabral, Seyni Kountche (expresidente de Nigeria), Sekou Taure (expresidente de Guinea). Al respecto dice la autora. “África era una compleja construcción autárquica que había que aceptar, e incluso amar, tal cual era, con sus fealdades, y sus hallazgos de esplendor. Porque después vendría vendría el tiempo de la colonización, el tiempo del desprecio ciego y de la destrucción indiscriminada por parte de los europeos. Los paladines de la negritud, por su parte, pecaban de exceso de idealismo. Solo querían quedarse con las bellezas difuntas de su continente, pretendidamente eternas,” (el subrayado es mío).

En «Travesía del Manglar» (1989), Condé presenta una narrativa coral situada en Rivière au Sel, un pequeño pueblo de Guadalupe. La novela gira en torno a la misteriosa muerte de Francis Sancher, un hombre de origen aparentemente desconocido pero que la autora dice en uno de sus apartes que viene de Colombia de una región que se llama Medellín. A través de las voces de los distintos habitantes del pueblo, Condé expone las tensiones raciales y sociales que marcan la vida en esta comunidad. Los personajes enfrentan la discriminación y el racismo de maneras sutiles y explícitas, y la estructura de la novela permite a Condé explorar cómo estas dinámicas afectan a individuos de diferentes edades, géneros y posiciones sociales. Probablemente la Travesía del Manglar se una analogía de eso que Glissant llamó lo relacional en la cultura del caribe antillano determinado por el pensamiento rizomático, entendido este como la ausencia de un solo troco cultural fundacional, un solo génesis. Francis Sancher es el puente (el detonante de la relación) que le da sentido para bien o para mal a las vidas de los pobladores de Riviere au Sel, desde su lecho de muerte cada uno de ellos mira con nostalgia o con felicidad la muerte del hombre misterioso: sus ausencias, sus placeres, sus traiciones, sus colaboraciones, sus resentimientos, sus ignorancias, sus moralidades, se vuelven un entrelazo de realidades que dejan ver las realidades, las angustia y el olvido de un pueblo olvidado por el imperio: “¿Quién era en realidad ese hombre que había elegido morir entre ellos? ¿Acaso no sería un enviado, el mensajero de alguna fuerza sobrenatural? ¿Acaso no les había dicho una y otra vez? “retornaré cada estación, como un pájaro verde y garrulo en el puño…?

Cuando Antón Chéjov afirmaba que «el artista es la conciencia de la humanidad,» estaba enfatizando el poder del arte para iluminar la verdad, fomentar la reflexión y el cambio, y promover la empatía. Los artistas, según esta visión, tienen una responsabilidad especial para observar y comentar sobre la condición humana, actuando como un espejo que refleja tanto las virtudes como los vicios de la sociedad. En el caso de Maryse Condé no solo narra historias de racismo y discriminación, sino que también celebra la resiliencia y la humanidad de sus personajes, ofreciendo una profunda reflexión sobre la condición humana y las estructuras de poder que perpetúan la injusticia. Su autocrítica hacia la comunidad negra es parte integral de su exploración literaria, mostrando cómo el racismo internalizado puede llevar a comportamientos autodestructivos y a la falta de solidaridad, desafiando a sus lectores a confrontar estas realidades y buscar formas de superarlas.

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